Retorno al autoritarismo en Egipto
Mi reflexión sobre el referéndum constitucional egipcio para el diario vasco El Correo:
El referéndum sobre la nueva Constitución ha mostrado, una
vez más, la fractura de la sociedad egipcia. Si bien es cierto que un 98% de
los votantes se ha inclinado por el ‘sí’, también lo es que un 61,5% de los
censados han preferido abstenerse. La abrumadora mayoría obtenida ha sido
interpretada como un claro respaldo al golpe que desalojó a los Hermanos
Musulmanes del gobierno el pasado verano y como un voto de confianza a su
máximo artífice, el general Abdel Fatah al Sisi, que obtiene así el aval de
buena parte de la población egipcia para presentar su candidatura presidencial.
Sin embargo, esta victoria a la búlgara del ‘sí’ queda
obscurecida por las dificultades que han tenido que afrontar los opositores a la
nueva Carta Magna. Los medios de comunicación egipcios han repetido hasta la
saciedad que el ‘sí’ generaría estabilidad, mientras que el ‘no’ sería
antipatriótico. Egipto Fuerte fue la única formación que hizo campaña por el
‘no’, aunque se vio obligado a replantear su posición después de que decenas de
sus simpatizantes fueran detenidos inclinándose finalmente, al igual que los proscritos
Hermanos Musulmanes, por el boicot.
Si bien es cierto que la nueva Constitución es más
garantista que la precedente en lo que a derechos y libertades se refiere,
también lo es que Egipto es especialista en redactar constituciones que nunca llegan
a respetarse en su integridad. Ahí está, por ejemplo, el partido salafista
al-Nur, generosamente financiado por el capital saudí, a pesar de que la Constitución
prohíbe expresamente partidos de base religiosa. Además preserva los
privilegios de las Fuerzas Armadas, entre ellos el carácter secreto de su
presupuesto, la pervivencia de los juicios militares y el control sobre un
tercio de la economía egipcia.
La mayor crítica que se puede formular al referéndum es que
haya optado por el frentismo. En lugar de tratar de resucitar el diálogo
nacional, el comité constitucional ha optado por ignorar la opinión de una
parte significativa de la población. De los cincuenta integrantes de la
comisión tan sólo dos eran islamistas, lo que contrasta con la distribución de
fuerzas de la calle egipcia. El gobierno interino tropieza, así, en la misma
piedra que sus antecesores islamistas: intentar imponer su voluntad al conjunto
de la ciudadanía sin tener en cuenta todas las sensibilidades políticas.
No ya sólo se pasa por alto la opinión de los Hermanos
Musulmanes, que obtuvieron 216 de sus 508 escaños en las elecciones de 2011 y
que ahora son tachados de terroristas, sino que además se acallan los voces de
los artífices de la Revolución del 25 de enero que derrocó a Mubarak. La mayor
parte de ellos respaldaron el golpe del 3 de julio, pero tras criticar las
medidas arbitrarias adoptadas por el nuevo gobieno han sido perseguidos con
saña. Las detenciones y encarcelamientos de significativos activistas y blogueros
ponen en evidencia el verdadero rostro del régimen y su falta de credenciales
democráticas.
Todo lo anterior viene a confirmar que más que ante una segunda
ola revolucionaria, como se anunció tras la destitución de Mohamed Morsi, estamos
en pleno proceso de restauración del autoritarismo. Como en el pasado, quienes se
avengan a respetar las nuevas normas del juego fijadas por los militares serán
acogidos fraternalmente bajo su manto protector, pero quienes manifiesten la
más mínima crítica serán brutalmente perseguidos. Se retoma, así, la vieja
fórmula del ‘con nosotros o contra nosotros’.
Una cosa está clara: los resultados del referéndum refuerzan
a Abdel Fatah al Sisi, el nuevo hombre fuerte de Egipto, que gusta de
presentarse ante la población como el antídoto contra el caos. Todo parece
señalar que el próximo paso de Sisi consistirá en anunciar su candidatura a la presidencia.
Para ello cuenta con el apoyo del Estado profundo y de amplios sectores de la
población, asqueados por la experiencia democrática islamista. Lo que Sisi parece
ignorar es que deberá afrontar los mismos problemas que los Hermanos Musulmanes
fueron incapaces de resolver: una sociedad profundamente dividida y una economía en horas bajas.
La persecución y crimminalización de los Hermanos Musulmanes
es tan sólo un parche que no resuelve la situación. Este movimiento, que
durante sus 85 años de historia ha vivido todo tipo de vicisitudes, no
desaparecerá de la faz de la tierra porque sus principales dirigentes hayan
sido encarcelados ni sus bienes confiscados. Cuenta con un amplio respaldo
social, tal y como se puso de manifiesto en las urnas donde el expresidente
Morsi obtuvo 13 millones de votos. Si piensa que la represión es el único
lenguaje que entiende la cofradía se equivoca, porque ya ha atravesado tragos
más amargos en el pasado consiguiendo salir airosa.
En lo que respeta a la economía, Egipto soporta una
situación extraordinariamente compleja con una deuda exterior que supera el 85%
del PIB y una inflación superior al 10%. Además, la subvención de los productos
de primera necesidad como el gasóleo, el pan o la electricidad absorbe una cuarta
parte del presupuesto nacional, situación del todo insostenible. Si bien es
cierto que los 8.000 millones de dólares que han prestado generosamente Arabia
Saudí y otras petromonarquías del Golfo han evitado males mayores, parece claro
que antes o después deberán acometerse reformas estructurales si se quiere
reflotar la economía egipcia, algo que incluso para Sisi podría tener un
elevado coste en términos de popularidad.
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