Los pretextos de Rusia en Siria
Rusia ha entrado en Siria como un elefante en una cacharrería. Está por ver que clarifique cuáles son sus objetivos, ya que el pretexto de debilitar al Estado Islámico no resulta excesivamente verosímil. Aquí va mi reflexión sobre la cuestión para El País:
Putin ha decidido dar una vuelta de tuerca más al pulso que mantiene con Occidente. Los ataques aéreos lanzados por su aviación contra el territorio sirio no pretenden, tal y como se ha anunciado, combatir al Estado Islámico (EI), sino preservar sus intereses geoestratégicos en Oriente Próximo. A la cabeza de ellos se encuentra la base naval de Tartus, la única de la que dispone Rusia en el Mediterráneo, pero también los yacimientos de gas descubiertos en el litoral, cuya explotación se han asegurado varias compañías rusas durante los próximos 25 años. Obviamente, esta intervención también tiene un componente simbólico relacionado con la voluntad de Putin de recuperar el protagonismo ruso en la escena internacional. La supervivencia política de Bachar el Asad es vital para asegurar dichos intereses.
En realidad esta defensa a ultranza del régimen sirio no debería sorprender a nadie, puesto que desde el inicio de la revuelta antiautoritaria, que pronto derivó en una confrontación militar a gran escala, Rusia ha prestado una ayuda determinante a Bachar el Asad para evitar que su régimen se desmoronase como un castillo de naipes. A la ayuda militar y económica se sumó el respaldo diplomático, puesto que Rusia empleó su derecho a veto para evitar la imposición de sanciones por el Consejo de Seguridad. Cuando se planteó la posibilidad de imponer zonas de exclusión aérea a la aviación siria, Putin cortó el debate de raíz para evitar que se aprobase una resolución similar a la que posibilitó la intervención de la OTAN en Libia. Nada nuevo bajo el sol, pero lo cierto es que parece que Putin ha decidido elevar el listón de su apuesta por El Asad ante la inmovilidad de Occidente.
Putin ha decidido dar una vuelta de tuerca más al pulso que mantiene con Occidente. Los ataques aéreos lanzados por su aviación contra el territorio sirio no pretenden, tal y como se ha anunciado, combatir al Estado Islámico (EI), sino preservar sus intereses geoestratégicos en Oriente Próximo. A la cabeza de ellos se encuentra la base naval de Tartus, la única de la que dispone Rusia en el Mediterráneo, pero también los yacimientos de gas descubiertos en el litoral, cuya explotación se han asegurado varias compañías rusas durante los próximos 25 años. Obviamente, esta intervención también tiene un componente simbólico relacionado con la voluntad de Putin de recuperar el protagonismo ruso en la escena internacional. La supervivencia política de Bachar el Asad es vital para asegurar dichos intereses.
En realidad esta defensa a ultranza del régimen sirio no debería sorprender a nadie, puesto que desde el inicio de la revuelta antiautoritaria, que pronto derivó en una confrontación militar a gran escala, Rusia ha prestado una ayuda determinante a Bachar el Asad para evitar que su régimen se desmoronase como un castillo de naipes. A la ayuda militar y económica se sumó el respaldo diplomático, puesto que Rusia empleó su derecho a veto para evitar la imposición de sanciones por el Consejo de Seguridad. Cuando se planteó la posibilidad de imponer zonas de exclusión aérea a la aviación siria, Putin cortó el debate de raíz para evitar que se aprobase una resolución similar a la que posibilitó la intervención de la OTAN en Libia. Nada nuevo bajo el sol, pero lo cierto es que parece que Putin ha decidido elevar el listón de su apuesta por El Asad ante la inmovilidad de Occidente.
Muchos se preguntan por qué ahora y no antes. La respuesta es sencilla. En la actualidad, el régimen sirio solo conserva el 25% del territorio. La consolidación del Estado Islámico en la cuenca del Éufrates y el avance del Frente de la Victoria (coalición entre el salafista Ahrar Al-Sham y el yihadista Frente Al-Nusra) hacia Latakia, el feudo de El Asad, han encendido todas las alarmas en torno a un posible colapso del régimen. La intervención rusa podría indicar que la situación es más delicada de lo que hasta el momento se pensaba.
Al mismo tiempo Putin demuestra, una vez más, su habilidad para rentabilizar las contradicciones de los países occidentales, incapaces de adoptar una estrategia coherente para desactivar la guerra civil siria. La improvisación que ha presidido la respuesta a la crisis de los refugiados en Europa guarda no pocos paralelismos con la indecisión a la hora de combatir al EI, que ha interrumpido su meteórico avance pero ha afianzado su posición en las zonas bajo su control. Cada vez es más evidente que buena parte de los países occidentales consideran a esta formación de corte yihadista como la principal amenaza para sus intereses y, por ende, están dispuestas a vender su alma al diablo —léase coaligarse con el propio Bachar el Asad— con tal de derrotarlo. Esta lectura cortoplacista que parece haberse impuesto en un gran número de cancillerías europeas es la que ha llevado a Putin a mover ficha y presentarse como escudo de defensa frente a la barbarie yihadista.
Por tanto, la prioridad de Putin es apuntalar a El Asad y no golpear al EI, cuya existencia le sigue siendo útil al régimen porque le permite continuar agitando el espantajo del yihadismo y tratar de que la comunidad internacional le reconozca como un mal menor. El Asad es plenamente consciente de que la derrota del EI reduciría notablemente sus expectativas de supervivencia, de ahí su interés en preservarlo para blindarse en el poder. En realidad, los bombardeos rusos tienen como propósito frenar a las diversas facciones rebeldes que se han hecho fuertes en Idlib y que avanzan como una tenaza sobre el feudo alauí de Latakia. El propósito de la arriesgada operación rusa no sería tanto derrotarlas como delimitar unas líneas rojas para evitar que su avance ponga en peligro los bastiones del régimen. La franja mediterránea siria, así como el eje Damasco-Homs-Hama, deben conservarse a toda costa, porque en esa reducida porción del territorio se concentran los intereses vitales de Rusia: tanto la base naval de Tartus como los yacimientos gasísticos del Mediterráneo. El resto del territorio tan solo es importante en tanto y en cuanto garantiza la profundidad estratégica de esta mini-Siria bajo protección rusa.
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