La crisis saudí
Sobre la crisis interna que actualmente vive Arabia Saudí he escrito este artículo para el periódico vizcaíno El Correo.
La campaña de detenciones registrada en Arabia Saudí no
tiene precedentes históricos, sobre todo si tenemos en cuenta que hablamos del
que hasta el momento ha sido el país más estable de Oriente Medio. Desde la toma
del santuario sagrado de La Meca por un grupo extremista en 1979 no se
recordaba una sacudida de tal magnitud, hasta el punto de que algunos analistas
no han dudado en catalogarla como un golpe palaciego. Al contrario que en aquel
entonces cuando el sistema se vio amenazado por una amenaza exterior, en esta
ocasión las turbulencias se deben a una lucha interna por el control de las
riendas del reino.
Mohamed bin Salmán, el príncipe heredero, ha decidido
suprimir toda voz crítica a su gestión y eliminar a sus potenciales rivales
empleando el manido pretexto de la lucha contra la corrupción. El actual hombre
fuerte de Arabia Saudí, de tan sólo 32 años de edad, ha acumulado un inusual
poder entre sus manos, ya que no sólo dirige el Ministerio de Defensa, sino que
también es presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Desarrollo y controla
los Servicios de Inteligencia y la Guardia Nacional. Nunca antes, un príncipe
había concentrado tantas atribuciones. Tradicionalmente, el mecanismo de toma
de decisiones saudí se ha basado en la consulta entre los príncipes más
poderosos de la Casa de los Saud. Todo parece indicar que este modelo
consensual podría dejar paso ahora a otro mucho más autoritario y personalista.
Desde que hace seis meses fuera designado como príncipe
heredero, Mohamed Bin Salman se ha deshecho uno tras otro de todos sus rivales,
incluidos varios ministros, hombres de negocios y príncipes díscolos.
Centenares de ellos se encuentran bajo detención administrativa, lo que
evidencia que el proceso de sucesión está generando fuertes fracturas internas.
Las principales resistencias provienen de la segunda generación de la Casa de
los Saud, que llevaba décadas esperando que llegase su momento para hacerse con
el poder, puesto que desde hace 65 años el reino es gobernado por los hijos de
Abdel Aziz Bin Saud, el padre fundador.
Estas resistencias no son sólo políticas o económicas, sino
que también provienen del propio estamento religioso, un elemento clave en la
gobernabilidad del país, habida cuenta que su nacimiento fue precisamente
consecuencia de la alianza tribal entre los Saud y los reformistas wahhabíes.
De hecho, influyentes predicadores han sido también detenidos en estas últimas
semanas. En un reciente discurso, el príncipe habló de la necesidad de volver a
«un
islam moderado, equilibrado y abierto al mundo y a todas las religiones», exactamente las antípodas del islam
político que Arabia Saudí ha promovido en las últimas décadas y que ha servido
para fortalecer a los grupos radicales de orientación salafista yihadista.
Los rivales de Mohamed bin Salmán denuncian que su
precipitación e inexperiencia han provocado importantes errores de cálculo. Desde
que asumió la cartera de Defensa, el príncipe ha embarcado al reino saudí en
una desastrosa guerra en Yemen que no ha hecho más que agravar sus problemas
endémicos y acentuar la pobreza y la hambruna. Otro tanto puede decirse del
bloqueo decretado sobre Qatar debido, esencialmente, a la negativa del emirato a
ser tutelado por Arabia Saudí o de la injerencia en los asuntos libaneses, que
ha provocado la dimisión del primer ministro Saad Hariri y azuzado los vientos
de guerra contra Hezbolá. En buena medida, este aventurismo en la escena regional
está motivado por la necesidad de recuperar parte del terreno perdido frente a
Irán, su principal competidor regional, con el que mantiene una intensa rivalidad
por el control de Oriente Medio.
Mientras la represión se acentúa a escala doméstica, Bin
Salmán ha emprendido una campaña de relaciones públicas en la que se presenta
como un reformista dispuesto a modernizar el reino. Además de permitir que las
mujeres puedan conducir y asistir acompañadas a eventos deportivos, el príncipe
ha ordenado a la policía de la moral que alivie su asfixiante control sobre la
sociedad, todo ello con el propósito de ganarse el respaldo de la juventud (un
65 por 100 de la población tiene menos de 30 años). También se ha mostrado como
un firme defensor de la modernización de la economía saudí para hacerla menos
dependiente del petróleo. Su Visión 2030, anunciada a bombo y platillo en la
primavera de 2016, busca privatizar parte del sector público (incluida la joya
de la corona: Aramco, la petrolera estatal), atraer inversiones extranjeras,
crear una industria militar, impulsar las energías renovables, reducir el
desempleo, incorporar a la mujer al mercado laboral y multiplicar el número de
turistas y peregrinos que acuden al país a hacer la peregrinación. Es decir: adoptar
la máxima lampedusiana de que todo cambie para que todo siga igual y que el
monopolio político de los saudíes no se vea amenazado por movilizaciones
populares.
El riesgo principal de esta estrategia es que el malestar existente
entre relevantes sectores económicos, políticos y sociales se desborde y acabe
por desestabilizar internamente al reino. Debe tenerse en cuenta que Arabia
Saudí es una pieza clave en Oriente Medio y el principal aliado de EE UU y
Occidente en la región. En su territorio atesora las principales reservas
mundiales de petróleo y es el principal productor de la OPEP. Por lo tanto, una
descarnizada lucha por el poder o un sangriento golpe palaciego tendrían
consecuencias nefastas para la estabilidad mundial.
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