¿El acuerdo del siglo?
Hoy público en El Periódico este artículo de opinión titulado "¿El acuerdo del siglo?" sobre la propuesta de Trump sobre el conflicto palestino-israelí. Se puede resumir muy fácilmente: más de lo mismo. Todo para Israel y nada para los palestinos, que ven como su territorio mengua cada vez más. De hecho, la última oferta tan sólo equivale al 15% de la Palestina histórica.
Después
de tres años de espera, el Plan Trump, pomposamente bautizado como el Acuerdo
del Siglo, se ha desvelado por fin. Como dice el refrán, el elefante ha parido
un ratón, puesto que el plan está tan escorado hacia el bando israelí que no
tiene la menor posibilidad de llevarse a la práctica y, más pronto que tarde, acabará
acumulando polvo en el desván de planes fallidos planteados desde 1967. La
propuesta americana da carta de naturaleza a la política de hechos consumados
practicada por Israel desde la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este en
la guerra los Seis Días y, por lo tanto, entra en colisión con el Derecho
Internacional, que prohíbe la conquista de territorios de otros países por la
fuerza de las armas.
Desde
su llegada a la Casa Blanca, Trump se ha distinguido como un fiel aliado de
Israel. No obstante, la propuesta norteamericana ha ido mucho más allá de lo
esperado al recoger, a pies juntillas, todas las demandas del primer ministro
israelí, hasta el punto de que sería mucho más apropiado denominarlo Plan
Netanyahu, ya que se adivina su mano hasta en sus más nimios detalles. De
hecho, la presentación del acuerdo correspondió al dúo Trump-Netanyahu, dejando
claro el protagonismo que había tenido el mandatario israelí en su concepción.
Pese
a que Trump lo describió como un acuerdo en el que ganaban israelíes y
palestinos, probablemente pueda considerarse el plan de paz más descompensado
de los últimos cincuenta años. En primer lugar, considera a Jerusalén como
capital indivisible de Israel. En segundo lugar, contempla la anexión de los grandes
bloques de asentamientos israelíes en territorio palestino donde viven
ilegalmente cerca de 600.000 colonos. En tercer lugar, garantiza el control israelí
de todo el valle del Jordán que delimita la frontera con Jordania. En cuarto
lugar, señala que el problema de los refugiados palestinos, un total de cinco
millones y medio de personas, no atañe a Israel, su principal responsable, y se
resolverá fuera de sus fronteras. Por último, plantea la creación de un
mini-Estado palestino en el territorio restante en el caso de que la Autoridad
Palestina acepte este marco negociador y rechace la violencia, volviendo a
ligar, de manera torticera, la legítima lucha por la autodeterminación
palestina con la guerra contra el yihadismo en Oriente Medio.
El
plan exige a los palestinos que luchen contra la corrupción, acaben con la
incitación al odio y combatan el terrorismo. El único aliciente que les ofrece
es un ambicioso plan de inversiones para la próxima década con un monto de
50.000 millones de dólares, aunque sólo la mitad se dirigirían a los
territorios ocupados. Esta cantidad sería sufragada, esencialmente, por los
países del Golfo aliados de Washington, en lo que podría considerarse una
segunda oportunidad para la ‘paz económica’ contemplada en su día por el
presidente Simon Peres, que fracasó de manera estrepitosa.
La
propuesta, por lo tanto, entierra, quién sabe si definitivamente, la solución
de los dos Estados por la que había apostado la comunidad internacional desde
los Acuerdos de Oslo de 1993. Dicho proceso de paz, generó mucho proceso y muy
poca paz. En opinión del presidente
Trump su propuesta es una “oportunidad histórica para que los palestinos consigan
un Estado independiente: podría ser la última para que los palestinos tengan
paz”. Se entiende que un Netanyahu visiblemente emocionado señalase compungido:
“Es un gran plan para Israel. Israel nunca ha tenido un amigo mejor en la Casa
Blanca”.
El
plan llega en un momento providencial, puesto que Trump pretende echar un
capote a su buen amigo Netanyahu. Hemos de recordar que ambos mandatarios
tienen cita con las urnas en los próximos meses y atraviesan serios problemas
judiciales: el primero con un impeachment
motivado por las presiones a las autoridades ucranianas para que investigasen
los oscuros tejemanejes del hijo de Joe Biden y el segundo haciendo frente a
las acusaciones de fraude, cohecho y abuso de confianza en tres casos de
corrupción.
La
gélida puesta en escena del plan evidencia la absoluta soledad de Trump y
Netanyahu, que no han contado con la presencia de ningún mandatario
internacional para la puesta en escena del Plan Trump-Netanyahu a diferencia de
lo ocurrido con la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, cuando decenas de
presidentes y primeros ministros de los cinco continentes aplaudieron lo que,
en aquel entonces, parecía ser el primer paso para resolver el conflicto
palestino-israelí.
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