Plan Trump: ni paz ni prosperidad
Hoy publico un nuevo artículo sobre el Plan Trump en el diario El Confidencial, que entra en abierta contradicción con el Derecho Internacional y que podría enterrar definitivamente la fórmula de los dos Estados en el caso de que siente unos nuevos términos de referencia de cara a un futuro. Aquí os lo dejo:
El presidente Donald Trump no ha podido evitar, como hicieron previamente varios
antecesores suyos, la tentación de lanzar su propia propuesta para poner punto
y final al conflicto palestino-israelí, que ha sido denominada la Visión para
la Prosperidad. No es el primero y, con toda seguridad, no será el último plan
que se ponga sobre la mesa para tratar de resolver el que, sin duda alguna, es
el verdadero nudo gordiano de Oriente Medio. No obstante, las posibilidades
reales de que dicho proyecto siente las bases para establecer una paz justa y
duradera son prácticamente nulas, dado que ignora por completo las resoluciones
aprobadas por las Naciones Unidas desde 1967 y el principio de ‘paz por
territorios’.

En esta ocasión, el presidente Trump se ha atrevido a ir mucho más lejos
que sus antecesores al plantear, de manera unilateral, una propuesta que
satisface todas las reclamaciones planteadas por el gobierno israelí, mientras
ignora por completo las demandas palestinas. Según este plan, Israel no tendrá
que volver a las fronteras de 1967, tal y como exige la resolución 242 del
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, además, podrá anexionarse los
principales bloques de asentamientos construidos en las últimas cinco décadas
violando la Cuarta Convención de Ginebra. Jerusalén será la capital indivisible
de Israel, tal y como estableció la Ley Básica de 1980, condenada enérgicamente
por la resolución 478 que la dejó sin efecto y la tachó de “grave violación del
Derecho Internacional”. Por último, el problema de los refugiados se deberá
resolver fuera de las fronteras de Israel, a pesar de que la resolución 194 reconoció el derecho al retorno y a la indemnización.
No se trata, por lo tanto, de un plan de paz como los que se han planteado en
las últimas décadas, sino de un acuerdo norteamericano-israelí para tratar de
imponer el statu quo vigente en la actualidad como solución definitiva del
conflicto palestino. La posibilidad de establecer un mini-Estado en el 70% de
Cisjordania y en Gaza (con ciertos intercambios de territorio en la desértica
zona del Neguev) se condiciona a que la Autoridad Palestina acepte esta oferta de
mínimos, algo que ni el presidente Mahmud Abbas ni ningún otro líder palestino puede
aceptar ya que equivaldría a hacerse el harakiri. Ni tan siquiera la posible
movilización de 50.000 millones para el desarrollo de la región en los próximos
diez años, la mitad de ellos dirigida a los propios territorios palestinos, parece
un aliciente suficiente para mover de esta posición a la dirigencia palestina,
puesto que Israel, como parte fuerte de la ecuación, sería quien tendría, una
vez más, la última palabra en cómo gastarlos.
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