La espiral iraquí
El Correo publica hoy este artículo mío sobre la toma de Mosul por el Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS) en el que se trata de explicar cómo este grupo ha logrado resurgir de sus cenizas y extender su control sobre parte del Bilad al-Sham.
Irak está a punto de convertirse en un Estado fallido, si no
lo es ya. La caída de Mosul ha puesto en evidencia la debilidad del gobierno
central, incapaz de hacer frente a un millar de milicianos del Estado Islámico
de Irak y Siria (ISIS). A pesar de que esta ofensiva haya tomado por sorpresa a
propios y extraños desde hace tiempo era previsible que el rearme del ISIS en
territorio sirio acabaría teniendo implacaciones en suelo iraquí, ya que ambos
conflictos se retroalimentan mutuamente.
El ISIS ha sabido aprovechar la caótica situación en ambos
países para ganar posiciones. La guerra civil siria se ha convertido en una
guerra de todos contra todos en la cual la formación yihadista ha aprovechado
el vacio de poder para asentarse en las provincias de Raqqa y Deir Zor. En los
últimos meses, el régimen sirio ha concentrado sus ofensivas en la frontera
libanesa y en las ciudades de Homs y Alepo sin atacar las bases del ISIS, que
al fin y al cabo es un enemigo cómodo puesto que le permite presentar el
conflicto como una lucha entre el secularismo y el radicalismo, entre el
autoritarismo o la barbarie. El avance de los yihadistas obligará a Bashar Al
Asad a mover ficha ante las crecientes presiones por parte de dos de sus
principales aliados: Bagdad y Teherán, que temen una posible reactivación de la
violencia sectaria en Irak y una desestabilización del país.
En el caso de Irak, el ISIS se ha beneficiado del profundo
malestar de la población sunní hacia las políticas sectarias del presidente
Nuri Al Maliki. Durante sus dos mandatos ha sido incapaz de sacar al país del
pozo en el que la invasión anglo-iraquí lo dejó. Un 28% de la población vive en
situación de extrema pobreza y el desempleo afecta al 60% de los iraquíes. Los
servicios públicos no han conseguido recuperar los niveles alcanzados en época
de Sadam Husein y un tercio de las viviendas carecen de agua y electricidad.
Todo ello a pesar de que, en 2013, Irak fue el tercer exportador de petróleo
mundial con 3,6 millones de barriles por día. El hecho de que Irak sea uno de
los países más corruptos (ocupa el 169 en la lista de Transparencia
Internacional) explica que una parte significativa de los beneficios obtenidos por
la venta del crudo acabe en manos de las nuevas elites políticas, económicas y
militares. A estos datos debe sumarse el rebrote de la violencia experimentado
el pasado año cuando se registraron 9.000 muertos, una cifra que podría ser
rebasada con creces este año.
Este caldo de cultivo ha permitido el resurgimiento del ISIS,
especialmente en la norteña provincia suní de Al Anbar. Sus habitantes critican
los modos autoritarios y la concentración de poderes por parte de Nuri Al Maliki,
quien no esconde su agenda sectaria claramente pro-chií. En su ofensiva, la
organización yihadista ha contado con la complicidad de varias milicias
sunníes, entre ellas las dirigidas por Izzat Ibrahim Al Duri, el
exvicepresidente de Sadam Hussein.

Para no cometer los mismos errores que provocaron la
expulsión de Al Qaeda de las zonas sunníes en 2007, el ISIS se ha aproximado a
los líderes tribales y a los consejos militares locales comprometiéndose a no
lanzar operaciones de represalia ni a perseguir a todos aquellos que considera
infieles. Además deberá coordinar sus acciones con las milicias armadas sunníes
y abstenerse de acciones unilaterales. Sin embargo puede pronosticarse que la
convivencia no será fácil puesto que este grupo suele imponer su peculiar
interpretación de la ‘sharía’ en las zonas bajo su control, incluidos castigos
corporales, prohibición de alcohol y tabaco, obligación de rezar cinco veces al
día y reclusión de la mujer. Debe recordarse que el objetivo final del ISIS es
establecer un califato islámico en el que prevalezca su versión descarriada del
Islam.
Todo ello hace pensar que practicarán la autocontención
hacia los sunníes dirigiendo su violencia hacia los chiíes. No debe olvidarse
que la literatura yihadista se refiere a los chiíes como apóstatas que deberían
ser eliminados de la faz de la tierra. Por otra parte parece claro que las
provocaciones del ISIS buscan una respuesta fulminante y desproporcionada por
parte del poder central y de las milicias chiíes armadas. Se iniciaría así una
espiral de violencia sectaria que permitiría al ISIS asentarse en las zonas
suníes. Es decir: cuanto peor mejor.
El radicalismo del ISIS no sólo despierta el temor del
gobierno central iraquí, sino también de dos países que, a su vez, se hayan
inmersos en una larga y costosa lucha por la hegemonía regional: Irán y Arabia
Saudí. Irán ya ha anunciado que hará todo lo necesario por frenar el avance
yihadista hacia algunos de los santuarios sagrados del chiísmo como Samarra,
Nayaf o Kerbala. Arabia Saudí, por su parte, no parece dispuesta a que el EIIS,
que tacha a la monarquía de ilegítima, consiga reforzarse y captar a más
yihadistas saudíes, por temor a que en un futuro lancen su propia ‘yihad’
contra el denominado ‘enemigo interior’, fórmula empleada para describir a los
gobernantes situados en la órbita occidental.
El ISIS se ha constituido incluso en una amenaza para la
propia Al Qaeda, grupo que durante un tiempo le dio cobertura. No debe
olvidarse que la organización yihadista ha sido incapaz de establecer una base
territorial en la que instaurar su califato islámico, un objetivo que ahora parece
haber alcanzado el EIIS que se ha hecho fuerte en las provincias próximas a la
frontera sirio-iraquí. Un reciente comunicado de dicho grupo se permitía acusar
a Al Zawahiri de haberse «desviado del camino correcto de la ‘yihad’».
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