La tragedia siria

Ahora que están a punto de cumplirse el cuarto aniversario de la revuelta antiautoritaria siria es buen momento para preguntarse cómo hemos llegado a la guerra civil y regional que ahora devora el país. Este es el artículo que ayer publiqué en El Correo sobre este particular.


Cada vez son más los refugiados sirios que intentan alcanzar las costas europeas huyendo de la inmensa morgue en la que se ha convertido su país. El goteo de naufragios en las costas italianas y libias pone de manifiesto el punto de no retorno al que ha llegado la crisis siria. Cuatro años después de su inicio, la guerra civil ha entrado en un punto muerto en el que no hay ningún ganador, pero sí un claro perdedor: la población civil. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos ha contabilizado al menos 210.000 muertos con nombres y apellidos, aunque la cifra real podría ser notablemente superior si se añaden las decenas de miles de desaparecidos. El ACNUR, por su parte, acaba de advertir que los refugiados en los países del entorno ya suman los 3.8 millones y existen otros 7.5 millones de desplazados que se han visto forzados a abandonar sus hogares.

Una catástrofe humanitaria ante la cual la comunidad internacional no ha estado a la altura de las circunstancias. Como señalara el enviado especial de la ONU para Siria Staffan de Mistura: «Es una verdadera tragedia que la población siria siga viviendo bajo la constante amenaza de barriles bomba, ataques de mortero, cohetes, ataques aéreos, coches bomba, secuestros y asesinatos extrajudiciales». Diversos organismos internacionales han advertido, a su vez, de la proliferación de enfermedades ya extinguidas como la poliomielitis, el tifus o el sarampión, así como de la dramática situación educativa, puesto que hay tres millones de niños sin escolarizar debido a la destrucción de 4.000 escuelas. Este catastrófico escenario confirma la existencia de una generación perdida en Siria.

El año 2014 estuvo marcado por dos importantes acontecimientos: la irrupción en escena del denominado Estado Islámico, que ya controla una tercera parte del territorio sirio, y la formación de una coalición internacional que no ha dudado en bombardear el norte del país para tratar de combatirlo. Mientras tanto, el régimen ha recuperado parte del terreno perdido y la oposición moderada ha acentuado su atomización, lo que ha beneficiado a los grupos yihadistas que han avanzado posiciones. Por su parte, las fuerzas kurdas han aprovechado el vacío político para extender su dominio sobre el Rojava, el Kurdistán sirio.
 
Los ataques aéreos de la coalición internacional han obtenido, por el momento, logros limitados. Si bien es cierto que han frenado el avance del Estado Islámico, no han sido suficientes para desalojarles de sus feudos, en los que se han atrincherado. Debe recordarse que dicho grupo todavía controla ocho provincias sirias e iraquíes y gobierna sobre cinco millones de personas. Probablemente los dos principales éxitos de la coalición liderada por EEUU hayan sido evitar la caída de Bagdad y colocar al Estado Islámico en posición defensiva. En este sentido, el ejemplo de Kobane ha señalado el camino a seguir al mostrar que la derrota yihadista tan sólo será posible en el caso de que los bombardeos aéreos se combinen con la presencia de tropas sobre el terreno, en este caso los ‘pershmergas’ kurdos. El presidente estadounidense Barack Obama ya ha advertido que la campaña durará al menos tres años, lo que permitirá a EEUU manejar los tiempos a su antojo e intervenir en Siria e Irak según aconsejen sus intereses.

El gran beneficiado de esta situación es el régimen sirio, que ha logrado importantes avances en Homs y Qalamun, así como en el entorno de Damasco y Alepo y, lo más importante, controla ya la mitad del país donde viven cerca de dos terceras partes de la población. El presidente Bashar Al Asad parece considerar que el fin justifica los medios, lo cual explicaría su estrategia de tierra quemada para golpear los bastiones rebeldes. El sistemático uso de barriles bomba, denunciado por diversas organizaciones de derechos humanos, ha causado una altísima mortandad entre la población civil.

De cara a 2015 la mayor novedad es que la creciente fatiga de los contendientes podría abrir una ventana de oportunidad. En el curso de los últimos meses diversas iniciativas han tratado de romper este círculo vicioso. A finales de enero Rusia convocó un encuentro entre el régimen y parte de la oposición para tratar de acercar posiciones. Este encuentro informal se cerró con un acuerdo de mínimos que apoyaba una nueva conferencia internacional con la presencia de todas las potencias regionales, incluida Irán (que en el pasado fue excluida de la Conferencia de Ginebra de junio de 2012).

 

Por su parte, el enviado especial de la ONU Staffan de Mistura trata de impulsar un acuerdo de alto el fuego en Alepo, ciudad que en la actualidad se disputa el régimen y la heterogénea oposición. De aplicarse permitiría la entrada de ayuda humanitaria y la evacuación de los heridos. El Plan Alepo Primero deberá sortear diferentes obstáculos, puesto que parece difícil poner de acuerdo al régimen con la decena de grupos rebeldes que operan en los distintos barrios de la ciudad. El precedente de la evacuación de Homs demuestra, sin embargo, que si existe voluntad política nada es imposible.

En todo caso, todos estos esfuerzos llegan demasiado tarde. Todo parece indicar que la guerra siria corre el peligro de perpetuarse en el tiempo de no darse una activa implicación de la comunidad internacional y de los actores regionales, que vienen cortocircuitando cualquier solución negociada. A pesar de la caída en picado de los precios del petróleo, Rusia, Irán y Hezbollah no abandonarán a su suerte al régimen ahora que ha empezado a recuperar posiciones, ni tampoco Arabia Saudí, Turquía y Qatar retirarán su apoyo a los grupos opositores, porque ello equivaldría a reconocer su derrota.

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