Los cómplices del Estado Islámico
Hoy publico esta tribuna de opinión en el diario El País titulada "Los cómplices del Estado Islámico". En realidad, mi título era "Las complicidades del Estado Islámico", que es algo bastante distinto, pero se ve que en la redacción lo han cambiado...
Los atentados de París han trasladado al corazón de Europa la
barbarie con la que conviven los ciudadanos de Siria e Irak desde hace
años. Con este ataque terrorista, el Daesh (las siglas en árabe del
autodenominado Estado Islámico) da un salto cualitativo en su estrategia
al abrir un nuevo frente para golpear al enemigo exterior. Se
trata de una derivación sumamente peligrosa, sobre todo si el Estado
Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) replica este patrón a otros
objetivos.

La resiliencia del ISIS nos indica, al mismo tiempo, que dicho grupo
dispone de mayores apoyos de los imaginados. En realidad, su fulgurante
expansión no hubiera sido factible de no haber contado con la
complicidad de algunos actores clave de la región. Si bien es cierto
que, hoy por hoy, el ISIS representa una amenaza global de primera
magnitud, también lo es que algunos actores lo siguen considerando un
instrumento de utilidad que conviene preservar.
El régimen sirio siempre ha considerado a los yihadistas un enemigo
útil, susceptible de ser manipulado cuando llegase la ocasión. El tiempo
parece haberle dado la razón, puesto que su expansión ha sido
respondida con el establecimiento de una coalición que está haciendo el
trabajo sucio que Bachar el Asad ha rehusado asumir en los últimos años.
No debemos olvidar que fue el presidente sirio quien dio la orden de
liberar a centenares de yihadistas de las cárceles en los primeros
compases de la revuelta, precisamente para tener una coartada para
reprimir dichas manifestaciones. Entre los liberados estaban los
actuales responsables del Frente Al Nusra (la rama siria de Al Qaeda) y
Ahrar Al Sham (la principal milicia salafista). Bachar ha evitado atacar
las posiciones del ISIS, labor que tuvieron que asumir las fuerzas
rebeldes que comprendieron que se trataba de un grupo parasitario que
pretendía aprovechar el caos bélico para implantarse sobre suelo sirio.
El ISIS siempre fue contemplado por el presidente sirio como un enemigo
útil que le permitía presentarse como un mal menor ante la comunidad
internacional. Por esta razón, el régimen necesita mantener con vida al
ISIS, ya que se ha convertido en el salvoconducto que podría garantizar
su propia supervivencia.
También el Gobierno iraquí tiene un papel determinante en el
nacimiento y expansión del ISIS. La intervención norteamericana permitió
que los partidos chiíes se hicieran con el poder e instauraran un
Gobierno abiertamente sectario. El ex primer ministro Nuri Al Maliki
auspició la formación de batallones de la muerte que actuaron con
absoluta impunidad, y las milicias chiíes se hicieron con el control del
Ejército. La herencia dejada por la ocupación norteamericana, el
sectarismo de Maliki y el yihadismo de Al Qaeda es desoladora: violencia
institucionalizada, corrupción endémica, pobreza estructural y
frustración generalizada. No nos debe extrañar, por tanto, que en 2006
Abu Bakr al-Bagdadi lograra granjearse el apoyo de la castigada
comunidad suní y, en especial, de destacados dirigentes baazistas que
rápidamente se unieron a sus filas tratando de recuperar el poder
perdido.
Por último, debemos referirnos a las potencias regionales que han
tenido un papel decisivo en el agravamiento de la situación en Siria e
Irak. Algunas petromonarquías del golfo Pérsico se han guiado por la
máxima del “enemigo de mi enemigo es mi amigo”, lo que les ha llevado a
financiar generosamente a una pléyade de grupos yihadistas con una
agenda abiertamente sectaria, todo ello con la voluntad de debilitar a
las autoridades de Damasco y Bagdad. Arabia Saudí e Irán, que están
librando una guerra fría por el control de Oriente Próximo, son los
principales responsables de la deriva sectaria que azota la región. El
primer país tiene una dilatada historia de colaboración con los
movimientos yihadistas, que, a su vez, se consideran puntas de lanza del
wahabismo en el mundo árabe. En el pasado, importantes jeques
contribuyeron a la financiación de Al Qaeda; en el presente, Riad
considera la rama local de dicha organización en el Yemen como un aliado
en su guerra contra los Huthis. Irán, por su parte, ha movilizado a
diversas milicias chiíes libanesas e iraquíes, así como a su Guardia
Republicana, para apuntalar a El Asad. Aunque Irán sea un enemigo
declarado del ISIS, lo cierto es que también ha sabido rentabilizar su
existencia en las negociaciones en torno al acuerdo nuclear, ya que
EE UU es plenamente consciente de que la contribución iraní será
imprescindible para estabilizar el caótico Oriente Próximo.
Otra de las potencias regionales que han jugado a esta ruleta rusa ha
sido Turquía, que permitió que sus fronteras se convirtiesen en un
auténtico coladero por el cual se infiltraban miles de yihadistas a
territorio sirio. Al hacerlo pretendía acelerar la caída del régimen,
pero también impedir la consolidación de la autonomía de Rojava, el
Kurdistán sirio. De esta manera, creía matar dos pájaros de un tiro. Tan
sólo la creciente beligerancia del ISIS, que asesinó a más de un
centenar de personas en Ankara en plena campaña electoral, parece haber
modificado dicha política, aunque se han aprovechado los bombardeos
contra el ISIS para destruir las bases de los peshmergas kurdos, como si
los dos grupos formaran parte de un mismo fenómeno.
En último término no debemos soslayar la responsabilidad de EE UU en
la irrupción del ISIS. Su invasión de Irak no sólo destruyó al régimen,
sino que además desmontó el andamiaje estatal al desmovilizar al
Ejército y disolver el Baaz. En ese terreno abonado nació el ISIS, que
llegó a ser visto por algunos elementos de la Administración americana
como un instrumento que podía debilitar a Al Qaeda, su enemigo público
número uno desde los atentados del 11-S. Tras el estallido de la guerra
siria en 2011, EE UU y los países occidentales prefirieron mirar hacia
otro lado, mientras el ISIS extendía sus tentáculos y se incubaba la
mayor catástrofe humanitaria que ha vivido la región desde hace un
siglo. Ni los unos ni los otros estaban interesados en correr riesgos y
se mantuvieron impasibles ante las carnicerías cotidianas de una guerra
que ha devastado el país y ha provocado la muerte de, al menos, 330.000
personas y la desaparición de otras 65.000. Ahora recogemos la cosecha
de esta errática estrategia.
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