Irán y el eje chií

El número de mayo-junio de la revista Política Exterior incluye mi artículo "Irán y el eje chií", hecho al alimón con Cristina Casabón, donde se repasa la proyección regional de Teherán en Oriente Medio y el Golfo Pérsico y su rivalidad con Arabia Saudí, uno de los aspectos clave que explica la intensificación del sectarismo en la región y la agudización de la conflictividad. Aquí os dejo unos extractos, que corresponden al principio y al final del artículo.

Algo está cambiando en Oriente Próximo. Los años de aislamiento de Irán han llegado a su fin y su plena rehabilitación parece ser tan sólo una cuestión de tiempo. A pesar de que el régimen iraní no ha modificado un ápice su política exterior ni ha promovido una reforma interna, las sanciones occidentales contra el régimen de los ayatolás han empezado a levantarse de manera gradual. Este giro se explica aludiendo a varios factores, entre ellos el creciente peso de Teherán en el tablero regional  y el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. La rehabilitación iraní está siendo acompañada por una intensificación de las tensiones con Arabia Saudí. La rivalidad entre ambos países no ha dejado de incrementarse desde que EE UU derrocó a Saddam Husein, decisión que rompió los equilibrios regionales, colocó a Bagdad bajo la órbita de Teherán y desató una ola de violencia sectaria sin precedentes cuyas réplicas todavía se dejan sentir hoy no sólo en Irak, sino también en Siria y Yemen.



La consolidación del arco chií

El régimen iraní vive uno de los momentos más dulces desde el triunfo de la Revolución Islámica de 1979. Por primera vez no debe preocuparse por garantizar su supervivencia política, sino que además goza de una proyección exterior con la que difícilmente hubiera soñado hace tan sólo unos años. Irán ha sabido mover de manera acertada sus peones regionales para extender su influencia en el tablero de Oriente Próximo. 


La ocupación estadounidense en Irak allanó el terreno para que Irán tutelase al gobierno sectario establecido en Bagdad, y la intervención iraní en la guerra siria favoreció la intensificación de los lazos con Bashar al-Asad. La caída del presidente Abdallah Saleh en Yemen permitió, a su vez, el ascenso del movimiento Ansar Allah, que aglutina a los chiíes de la corriente zaidí. Sobre este suelo fértil, Irán ha formado un arco chií que va desde Irán hasta Líbano pasando por Irak y Siria e, incluso, se extiende a otros países de la península arábiga que disponen de población chií, ya sea mayoritaria como en el caso de Bahréin o minoritaria como Yemen.


De esta manera, Irán se ha convertido en una potencia regional que dispone de una profundidad estratégica sin precedentes. La irrupción en escena del autodenominado Estado Islámico (Daesh en sus siglas en árabe) no ha debilitado a Irán, sino más bien todo lo contrario. Los presidentes de Irak y Siria, Haidar al-Abadi y Bashar al-Asad, son ahora más dependientes de su patrón iraní, que no ha dudado en desplegar a su Guardia Republicana en dichos países para apuntalar a sus aliados y frenar el avance yihadista. Una muestra de este peso específico es que incluso EE UU se vio obligado a coordinar sus operaciones con las fuerzas iraníes para expulsar al Daesh de Tikrit en marzo de 2015.


Por otra parte, Irán ha fortalecido sus lazos con el Hezbollah libanés y también está detrás del crecimiento de las diferentes milicias chiíes que operan tanto en Siria como Irak. Dichas milicias, entrenadas y armadas por la Guardia Republicana iraní, se encuentran desplegadas en torno a los principales santuarios chiíes desperdigados por la región y han asimilado la ideología del velayat-e faqih que implica la lealtad política, social y religiosa al líder supremo iraní Jamenei. Uno de los principales mecanismos de movilización de estas milicias chiíes es precisamente la necesidad de frenar el avance del Daesh y la expansión del wahabismo, consideradas por Teherán como dos caras de la misma moneda (...).


¿Hacia unas fronteras sectarias?

Cinco años después de la Primavera Árabe se puede afirmar que asistimos a una reconfiguración de las identidades sectarias en Oriente Próximo espoleada por la rivalidad irano-saudí. Siria, Irak y Yemen se han convertido en Estados fallidos en los que no existe una autoridad central que controle la totalidad del territorio ni disponga del monopolio de la violencia. El hecho de que estos tres países sean enclaves vitales para los intereses de Irán y Arabia Saudí explica tanto la progresiva sectarización como la regionalización de los conflictos en los que están inmersos. La irrupción de grupos terroristas como Daesh en Siria e Irak y la expansión de Al Qaeda en Yemen son un síntoma más de esta descomposición estatal. La deriva actual de Oriente Próximo está estrechamente vinculada con la guerra fría que libran ambos países por la hegemonía regional.


Irán y Arabia Saudí tienen una importante responsabilidad en el surgimiento de diferentes milicias armadas chiíes y sunníes que actúan primando lógicas sectarias en lugar de nacionales. Así, por ejemplo vemos cómo parte de la población iraquí chií se solidariza con el gobierno de al-Asad y con los alauíes por considerar que se encuentran bajo amenaza tanto de las fuerzas salafistas como de las aspiraciones hegemónicas de Arabia Saudí. “Mientras que antes de 2011 los iraquíes chiíes rara vez pensaron en alauíes sirios o zaidíes yemeníes como compañeros chiíes, ahora podemos hablar de un sentimiento de pan-chiísmo regional entre estos grupos” señala el analista iraquí Ibrahim Al-Marashi. Esta tupida red regional de organizaciones actúa como un organismo interconectado y nutrido de un mensaje radical en el cual Teherán promueve su rol como defensor y representante de la causa chií, mientras que Arabia Saudí, por su parte, hace lo propio al presentarse como punta de lanza del Islam sunní cuando en realidad aspira a wahabizar el sunnismo.


Irán ha demostrado una extraordinaria habilidad para crear y conectar a grupos paramilitares sectarios aliados en Siria, Irak y Yemen con el objeto de preservar sus intereses a medio y largo plazo. El sectarismo se ha convertido en un instrumento para extender la influencia regional de Irán y también de Arabia Saudí. En este escenario cada vez preocupante empiezan a aparecer iniciativas para redibujar con criterios sectarios las fronteras fijadas ahora hace un siglo por los Acuerdos de Sykes-Picot. La Constitución iraquí de 2005 estableció un estado federal para tratar de desactivar las tensiones entre chiíes, sunníes y kurdos, pero en lugar de resolver el problema sectario acabó agravándolo. En las negociaciones de Ginebra sobre Siria también se ha puesto sobre la mesa la carta del federalismo como medio de salvaguardar la autonomía de las regiones kurdas. En Yemen cada vez hay más voces que demandan la división del país. Todo ello pone en evidencia que la confrontación irano-saudí puede acabar forzando una redefinición del mapa de Oriente Medio tal y como lo conocemos hoy en día.

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