La batalla de Mosul

El diario El Correo publica este artículo mío sobre la batalla de Mosul, que podría acelerar la caída del ISIS que en los últimos meses no ha dejado de perder territorio, incluida la ciudad de Dabiq donde consideran que se librará la batalla del Juicio Final.

La liberación de Mosul parece ser tan sólo una cuestión de tiempo. Por primera vez desde que el ISIS (siglas en inglés del autodenominado Estado Islámico en Irak y Siria) proclamara su califato yihadista en junio de 2014, las diferentes fuerzas políticas iraquíes parecen haber superado sus diferencias y alcanzado un compromiso para lanzar una ofensiva sobre la segunda ciudad más poblada del país. No es algo baladí, ya que desde la caída de Saddam Husein en 2003 los diferentes componentes de la sociedad iraquí habían remado en direcciones opuestas, anteponiendo sus intereses sectarios a los de su propio país.

De hecho, en la batalla de Mosul tomarán parte fuerzas chiíes, kurdas y sunníes, todo ello con la intención de expulsar a la organización yihadista de su principal feudo y asestar, así, un golpe definitivo al ISIS, que precisamente se aprovechó del resentimiento sunní contra los gobiernos sectarios de Bagdad para asentarse en las provincias de Nínive, Ambar y Saladino. En torno a la ciudad, ya se han desplegado al menos unos 50.000 efectivos pertenecientes al Ejército regular, los 'peshmerga' kurdos, las milicias chiíes y diferentes tribus sunníes. Unos efectivos que parecen suficientes para derrotar a los 5.000 yihadistas con los que cuenta el ISIS, una quinta parte de ellos combatientes extranjeros, y que viven atrincherados entre al menos un millón de civiles.
          



En el curso de los últimos meses, el ISIS ha sufrido importantes derrotas en Faluya, Ramadi o Tikrit y ha perdido casi la mitad de sus dominios iraquíes. Este retroceso le ha colocado en una situación claramente defensiva, viéndose obligado a retirarse sin presentar batalla en muchas ocasiones para no sufrir más bajas en sus diezmadas filas. Según el Mando Central de Estados Unidos, en los últimos dos años las fuerzas de la coalición internacional han lanzado 15.600 ataques contra las posiciones del ISIS (8.500 en territorio iraquí), lo que habría provocado al menos la muerte de 10.000 combatientes. El ISIS, por lo tanto, parece encontrarse en una situación delicada, lo que explica que muchos de sus dirigentes hayan huido en las últimas semanas hacia Siria buscando un refugio seguro.

Lo anteriormente dicho no quiere decir que la batalla de Mosul vaya a ser un camino de rosas, ya que los yihadistas recurrirán, como lo han hecho en anteriores ocasiones, a los atentados suicidas, los coches bomba y la guerra de guerrillas para tratar de evitar la pérdida de su principal bastión. Tampoco debería descartarse que empleasen a la propia población como escudos humanos, como hicieron hace tan sólo unas semanas en la localidad siria de Mambiy, para tratar de huir hacia Raqqa. Al contrario que en Irak, en Siria todavía no se ha alcanzado un acuerdo entre los contendientes de la guerra civil para formar un frente unido que pueda derrotar al ISIS, lo que ha permitido a dicha organización conservar buena parte de su territorio (a excepción de Kobane y Palmira, de las que ya ha sido expulsado).

La experiencia iraquí nos ha enseñado que es relativamente fácil ganar una guerra, pero que también lo es perder la posguerra.  Por eso es importante evitar que las milicias chiíes y los 'peshmerga' kurdos intenten controlar esta ciudad sunní y, por supuesto, impedir que lleven a cabo represalias y ejecuciones, como ocurriera tras la toma de otras ciudades como Ramadi o Tikrit, donde acusaron a la población sunní de complicidad con el ISIS. Debe tenerse en cuenta que los sunníes son precisamente las principales víctimas del grupo yihadista, que suele imponer su brutal interpretación de la 'sharía' y aplica castigos corporales –como latigazos, amputaciones, lapidaciones o decapitaciones- para quienes transgreden los 'hudud' o las restricciones religiosas o se oponen a su delirante proyecto.

Otro daño colateral de la campaña de Mosul podría ser el agravamiento de la catástrofe humanitaria que padece el país. La instauración del califato yihadista hace dos años generó un éxodo de cientos de miles de iraquíes que se vieron obligados a abandonar sus hogares y a buscar refugio en zonas seguras o en los países vecinos. Muchos de ellos fueron asesinados a sangre fría o esclavizados, como en el caso de la minoría yazidí de la zona de Sinyar. En los últimos meses, las organizaciones humanitarias han creado varios campamentos para tratar de afrontar la llegada de miles de desplazados. No obstante, hoy en día sólo disponen de capacidad para albergar a 60.000 personas, una cantidad insignificante si tenemos en cuenta que en la ciudad quedan al menos un millón de personas. Es bastante probable que, si la batalla se prolonga en el tiempo y resulta más devastadora de lo que esperado, cientos de miles de personas se vean obligadas a huir por lo que las agencias internacionales deberían contar con los recursos necesarios para hacer frente a dicha emergencia humanitaria.

De lo que no cabe duda es que el ISIS, cuyo lema sigue siendo «permanecer y expandirse», atraviesa un momento delicado. El factor sorpresa que caracterizó su irrupción en escena parece haberse esfumado por completo, al igual que su capacidad de captación de yihadistas y buena parte de sus recursos económicos. Quizás la única manera que tenga de demostrar que sigue conservando su capacidad operativa sea volver a «golpear al enemigo lejano» mediante un nuevo atentado contra territorio europeo, para ello cuenta con la inestimable ayuda de los yihadistas retornados y de los denominados «lobos solitarios».

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