Rusia y el Golfo: amistades peligrosas
Esta semana publico en El Periódico este artículo sobre las intensas relaciones de Rusia con algunos de los países del Golfo y, en particular, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
El impacto de la invasión rusa de
Ucrania se ha dejado sentir en todo el mundo, incluido el golfo Pérsico. Esta
región concentra la mitad de los yacimientos de petróleo y gas del mundo y, por
lo tanto, podría desempeñar un papel crucial a la hora de frenar la escalada de
precios de los hidrocarburos y, así, aliviar la crisis energética en la que
estamos inmersos que, de agravarse, podría provocar una aguda recesión.
Como se suele decir, el balón
está ahora en el campo de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos: dos de los
principales miembros de la OPEP, responsable de la mitad de la producción
mundial de petróleo. En los últimos doce meses, el barril de crudo se ha
encarecido un 66%, lo que ha convertido a Aramco, la compañía estatal saudí, en
la de mayor capitalización bursátil por delante de Apple. A pesar de las
intensas presiones por parte de EEUU para que intensifiquen su ritmo de
producción, los dirigentes de ambos países han dado la callada por respuesta en
un claro desplante al presidente Joe Biden, al que ni tan siquiera han cogido
el teléfono. Esta desafiante actitud evidencia que el Pacto del Quincey de
1945, por el que Washington se comprometía a garantizar la supervivencia de la
dinastía saudí a cambio de que mantuviera los precios de crudo estables, puede
darse por amortizado.
En las últimas dos décadas, EEUU
no ha dejado de perder terreno en Oriente Próximo no sólo por las políticas
aventuristas de George W. Bush en Irak y Afganistán, sino también por el
progresivo repliegue de la región anunciado por Barack Obama con el objeto de
centrarse en el sudeste asiático. Este giro viene a replantear el orden
monopolar establecido tras la Guerra Fría y a sentar las bases de un orden
multipolar en el que China y Rusia pretenden asumir un mayor protagonismo. De
ahí que los tradicionales aliados de EEUU en la región estén replanteándose sus
políticas exteriores para reajustarlas a este nuevo escenario.
La prioridad absoluta de Arabia
Saudí y Emiratos es garantizar su supervivencia en un entorno hostil
caracterizado por el ascenso de Irán, al que ambos consideran la principal amenaza
para su seguridad. Según esta perspectiva, EEUU ha dejado de ser un socio
fiable por lo que es indispensable buscar un nuevo protector en un contexto
cada vez más inestable. Es aquí donde aparece Israel, la única potencia nuclear
de Oriente Próximo, que en los últimos años ha establecido unas estrechas
relaciones con ambos países como evidencian los Acuerdos de Abraham.
Este realineamiento fue acelerado
por las Primaveras Árabes, que fueron percibidas por las petromonarquías como
una amenaza existencial. También Rusia contempló con alarma estas
movilizaciones antiautoritarias, que consideró inspiradas por EEUU y un nuevo
eslabón de las ‘revoluciones de colores’ que sacudieron Georgia, Ucrania y
Kirguizistán entre 2003 y 2005. En este sentido, podemos establecer un
paralelismo entre Vladimir Putin, Mohamed Bin Salman y Mohamed Bin Zayed, los
príncipes herederos saudí y emiratí, ya que los tres son firmes defensores del
mantenimiento de statu quo autoritario y tienen una evidente aversión hacia la
democracia, las libertades y los derechos humanos.
De ahí que el presidente Putin se
haya encontrado a dos inesperados aliados precisamente en el momento más
delicado de su presidencia. El rechazo saudí y emiratí a incrementar la
producción de petróleo o respaldar las sanciones internacionales contra Rusia
es una muestra no sólo de su distanciamiento de EEUU, sino también de su posicionamiento
a favor de Putin, que no ha dudado en recurrir al chantaje energético para tratar
de obligar a la UE a replantear su respaldo militar a Ucrania. Debe recordarse
que el esfuerzo bélico ruso sólo será sostenible mientras los precios de los
hidrocarburos mantengan su escalada.
No obstante, esta arriesgada
apuesta entraña no pocos riesgos, sobre todo si Putin fracasara en su empeño y,
con ello, se viera obligado a renunciar a sus sueños imperiales. En dicho caso,
el desafío del dúo saudí-emiratí podría saldarse con un estrepitoso fracaso
que, sin duda, tendría graves consecuencias en las relaciones de ambos países
con EEUU y la UE.
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