La excepción tunecina

Como buena parte de los arabistas españoles, en mis años universitarios visité Túnez en varias ocasiones para estudiar en el Instituto Burguiba. Desde entonces sigo con atención la situación de un país que estuvo a la vanguardia de la Primavera Árabe y que, curiosamente, es el único que ha sobrevivido a los embates del Otoño Árabe. Aquí mi reflexión de El Correo sobre las elecciones legislativas que tendrán lugar mañana en el país magrebí.

De todos los países que se vieron sacudidos por la Primavera Árabe, Túnez es el único que puede presumir de haber llevado a cabo una transición democrática medianamente exitosa. Al contrario que otros, no ha experimentado un retorno al autoritarismo (caso de Egipto), el desgobierno (Libia) o, aún peor, la guerra civil (Siria). 

Cuando Túnez estuvo al borde del abismo, tras los asesinatos políticos de dos destacados líderes izquierdistas, el partido gobernante Enahda pactó una salida negociada en el curso de la cual abandonó el poder y dio paso a la creación de un gobierno de tecnócratas. En un proceso inédito, el primer ministro Ali Larayed se retiró de manera voluntaria en enero de 2014 y cedió el testigo a Mehdi Jomaa. La presión popular también le llevó a recular y negociar el texto final de la Constitución, que presume de ser la más respetuosa con las libertades de todo el mundo árabe. 

La voluntad de consenso es, sin duda, el principal activo del partido islamista moderado Enahda. También la relativa estabilidad del país en un periodo de fuertes convulsiones como el que está sacudiendo al conjunto del mundo árabe. Todo ello no quiere decir que Túnez esté blindada ante los peligros que atenazan a otros países del entorno como Libia o Argelia. La mayor preocupación reside en la infiltración de grupos yihadistas desde los países vecinos: el pasado mes de julio fueron asesinados 15 soldados en la frontera con Argelia. Otro motivo de alarma es el flujo constante de yihadistas hacia Siria e Irak. Hasta 3.000 tunecinos habrían viajado a estos dos países para incorporarse al Frente Al Nusra y, sobre todo, al Estado Islámico. De hecho, Ansar al-Sharia, el principal grupo yihadista tunecino, juró lealtad hace unas semanas a su líder Abu Bakr al-Bagdadi. 
 
Junto al déficit de seguridad, el estancamiento económico es la otra asignatura pendiente Enahda. Según una reciente encuesta del Pew Research Center, el 88% de los tunecinos considera que la situación económica es mala o muy mala. A ello contribuye el lento crecimiento (un 2,7% del PIB en 2013, muy lejos del 4,6% de media de la pasada década). La tasa de desempleo ya supera el 15,7% (frente al 14% de 2010). El paro azota con especial intensidad a los jóvenes, protagonistas de la Revolución de la Dignidad que puso fin a la dictadura de Ben Ali. Un reciente informe del Banco Mundial resalta que Túnez está «encerrado en un ciclo de políticas inadecuadas que impiden que la economía conozca un crecimiento duradero». Además señala que «el crecimiento es débil y no genera empleo» y «constata que el exceso de burocracia y de control estatal sobre el mercado de trabajo provoca que muchos ciudadanos opten por la economía sumergida». 

La frustración y el descontento ante la lentitud de las reformas podrían condicionar el resultado de las elecciones que se celebran mañana. Muchos consideran improbable que se supere el umbral de participación de las elecciones a la Asamblea Constituyente en 2011, que tan sólo movilizaron a un 51,9% del censo. Una de las principales incógnitas reside precisamente en la participación de la juventud, ya que debe tenerse en cuenta que las personas que están entre los 20 y 29 años representan el 20% de la población. Muchos de ellos consideran que la revolución ha sido secuestrada por la clase política y podrían optar por la abstención como forma de protesta. 

Los cinco millones de votantes registrados tendrán que elegir entre más de 70 formaciones y alianzas, aunque lo cierto es que todos los pronósticos sitúan a Enahda como la primera fuerza política. Ello no quiere decir que vaya a reeditar su arrolladora victoria de 2011, cuando obtuvo el 37% de los votos y 89 de los 217 diputados de la Asamblea, ya que la formación sufrirá el desgaste de su labor de gobierno. Una vez más, Enahda se verá obligado a establecer una coalición de gobierno. De hecho, los dirigentes islamistas, con su ideólogo Rachid Ganuchi a la cabeza, siguen insistiendo en que Túnez no puede ser gobernada por un solo partido. Como muestra de este compromiso han anunciado que no presentarán candidato a las elecciones presidenciales que tendrán lugar el 23 de noviembre, señalando que no pretenden disponer del monopolio de la escena política. 

La segunda incógnita residirá en comprobar los apoyos con los que cuenta Nida Tunis. Esta formación de nuevo cuño podría auparse a la segunda plaza atrayendo el voto secular, aunque va a tener complicado captar el voto de los jóvenes que reclaman un cambio radical, ya que está presidida por Bejji Caid Essebsi, un octogenario bien conectado con el antiguo régimen. La formación también podría verse perjudicada por la presencia en sus filas de destacados ‘fulul’ o residuos del régimen de Ben Ali. Por último queda por dilucidar el desempeño de los dos compañeros de viaje de Enahda en el Gobierno: el Congreso por la República y Ettakattol. Es bastante probable que ambas formaciones reciban un voto de castigo por parte de sus electores, descontentos con su alianza con los islamistas. De hecho, durante los últimos tres años han vivido una verdadera sangría pasando buena parte de sus diputados al grupo de independientes. 

Así las cosas, el principal reto de Enahda será afianzar la transición democrática sin tratar de imponer sus concepciones al conjunto de la población. Este proceso debe ser acompañado de un crecimiento económico lo suficientemente sólido para crear nuevas oportunidades de trabajo. Un escenario tal cortaría de raíz la posibilidad de que los grupos yihadistas aprovechen el descontento para asentarse en territorio tunecino. 
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