Nida Tunis se impone a Ennahda
Las elecciones legislativas tunecinas, celebradas el pasado 26 de octubre, se han saldado con la victoria de Nida Tunis y la derrota de Ennahda. Toda una sorpresa. Esta es la reflexión que he preparado para el Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas.
Las primeras elecciones legislativas
libres y democráticas de la Segunda República tunecina han deparado no pocas
sorpresas. La primera de ellas ha sido la holgada victoria de Nida Tunis (85 de
los 217 escaños), una formación secular y centrista, que se ha presentado como
la única alternativa posible frente a los islamistas atrayendo el voto
anti-Ennahda. La segunda, la derrota del partido islamista (69 escaños frente a
los 89 de 2011). La tercera es la fragmentación de la Asamblea: la Unión
Patriótica Libre del millonario Slim Riahi (16 escaños), el izquierdista Frente
Popular (15 escaños) y Afak Tunis (8 escaños) han obtenido más votos que el Congreso
por la República y Ettakatol, los dos aliados gubernamentales de Ennahda, que
han sido fuertemente penalizados por su electorado obteniendo tan sólo 5 escaños
(frente a los 49 de 2011). La cuarta sorpresa ha sido la elevada participación,
que ha superado en más de 10 puntos la registrada en 2011, todo ello a pesar
del hartazgo de la población hacia la clase política. Observadores
internacionales han refrendado la limpieza del proceso y la falta de incidentes
reseñables a lo largo de la jornada electoral.
La gran vencedora ha sido, por lo
tanto, Nida Tunis, una formación de nuevo cuño establecida en 2012 como un
frente anti-Ennahda. El partido es dirigido de manera personalista por Beji
Caid Essebsi, un político de 88 años que, bajo las presidencias de Bourguiba y
Ben Ali (las únicos que han dirigido el país tuvo desde su independencia en
1956 hasta la Revolución de los Jazmines en 2011) desempeñó importantes cargos
(ministro de Interior, Defensa y Exteriores con el primero y presidente del
Parlamento con el segundo). Nida Tunis ha obtenido el respaldo de las clases
medias seculares, que le han dado su voto a pesar de contar en sus filas con
destacados dirigentes de la época benalista y varios cuadros del ilegalizado
Reagrupamiento Constitucional Democrático.
Ennahda, por su parte, ha sido incapaz
de rentabilizar el que probablemente fuese su principal activo: la relativa
estabilidad que ha vivido el país en el curso de los tres últimos años, sobre
todo si lo comparamos con otros países del entorno como Libia o Egipto. Esa era
la carta que precisamente destacaba su líder Rashid Ganushi en un artículo en The
Washington Post: “Mi país ofrece un marcado contraste con los casos
extremos de terrorismo e intervención militar de otros lugares en la región. Túnez
evidencia que el sueño de la democracia que estimuló la Primavera Árabe todavía
sigue vivo” y que “el mundo árabe puede lograr la estabilidad y la paz a través
de un proceso de reconciliación democrática y de consenso”.

No cabe duda que la labor de gobierno
ha pasado factura a Ennahda, ya que los tres últimos años no han estado exentos
de tensiones. Muchos de sus detractores consideran que tenían una agenda oculta
para islamizar el país y que han sido excesivamente tolerantes ante la proliferación
de grupos salafistas. Los asesinatos de dos destacados dirigentes del Frente
Popular (Chokri Belaïd y Mohamed Brahmi) marcaron un antes y un después obligando
a Ennahda a abandonar el poder y aceptar la formación de un gobierno tecnocrático.
La presión popular también le llevó a recular y negociar el texto final de la
Constitución, que presume de ser la más respetuosa con las libertades de todo
el mundo árabe. Los propios dirigentes de Ennahda han reconocido sus dificultades
a la hora de pilotar la transición del autoritarismo a la democracia. Como reconociese Ahmed
Gaaloul, miembro del Consejo Consultivo de Ennahda, “la mayoría de los
gobiernos post-revolucionarios tienen que afrontar mayores dificultades porque
las expectativas de la población son más elevadas tras la revolución”.
Una de las prioridades
del nuevo gobierno será volver a la senda del crecimiento, pero antes deberá
establecer una coalición de gobierno lo suficientemente amplia. Sus dirigentes
ya han indicado sus preferencias inclinándose por un frente secular y
rechazando, con ello, la mano tendida de Ennahda para integrarse en el nuevo gobierno.
De hecho, una coalición de las dos fuerzas más votadas sería vista como una
traición por una parte significativa de los votantes de Nida Tunis.
Por último no debe pasarse por alto que
el próximo 23 de noviembre se celebrará la primera ronda de las elecciones
presidenciales, en la que Beji Caid Essebsi parte como favorito, sobre todo si
tenemos en cuenta que Ennhada no presentará ningún candidato. De obtener nuevamente
el respaldo de las urnas, como todo parece indicar, Nida Tunis podría
concentrar en sus manos un inusitado poder legislativo y ejecutivo. Está por
ver si empleará dicho respaldo para tratar de aislar a Ennahda y lanzar
políticas anti-islamistas, similares a las adoptadas por Sisi en Egipto, lo que
provocaría una mayor polarización política.
La asignatura pendiente de Túnez sigue
siendo conciliar la conquista de las libertades con el crecimiento económico y
la paz social. Ennahda no tuvo excesivo éxito a la hora de lograrlo, ahora le
toca el turno a Nida Tunis. En todo caso resulta cuanto menos paradójico que
los jóvenes, los verdaderos protagonistas de la revolución tunecina, hayan
quedado en un segundo plano y que el gran beneficiado sea un político
octogenario de la época benalista.
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