Netanyahu de Israel

Este jueves publiqué este artículo en el diario vizcaíno El Correo donde analizo cuáles pueden ser las políticas de Netanyahu hacia la cuestión palestina en su cuarto mandato. La respuesta es clara: afianzar las fronteras del Gran Israel y enterrar definitivamente la solución de los dos Estados. ¿Se lo permitirá la comunidad internacional?

Benjamin Netanyahu es el gran vencedor de las elecciones legislativas israelíes. La aplastante victoria del Likud le permitirá asumir su cuarto mandato y, por lo tanto, le convertirá en el primer ministro más longevo en la historia de Israel, superando incluso al propio David Ben Gurion, quien en 1948 proclamó el nacimiento del nuevo Estado. En el ánimo del electorado parecen haber pesado más las cuestiones relacionadas con la seguridad y la política exterior que la agenda doméstica y la situación económica, en las que la opositora Unión Sionista basó su campaña. 

Al contrario de lo esperado, el electorado israelí no ha penalizado la arriesgada estrategia de Netanyahu de confrontación con la Administración de Obama. Debe recordarse que el primer ministro israelí inauguró su campaña en Washington dirigiéndose a los congresistas y senadores norteamericanos, a los que advirtió en torno a los peligros de un posible acuerdo nuclear con Teherán, sobre todo si es acompañado del levantamiento de sanciones y se convierte en la antesala de una normalización de relaciones. El discurso de Netanyahu ante el Congreso de EE UU fue interpretado por muchos como una injerencia en la política exterior norteamericana y una bofetada al presidente Obama. De hecho, antiguos responsables del Mossad han advertido de que, al tensar la cuerda, se ponía en peligro la tradicional alianza entre los dos países.

Sólo cuando las encuestas se volvieron en su contra y anticiparon una victoria laborista, Benjamin Netanyahu situó a la cuestión palestina en el centro del debate para advertir que no haría ningún tipo de concesiones territoriales ni permitiría el establecimiento de un Estado palestino. En realidad esta posición no es novedosa, ya que en la práctica el mandatario ha hecho todo lo posible para expandir las fronteras de Israel y torpedear el proceso de paz. Lo que es novedoso es que lo verbalice de manera tan contundente, ya que entra en contradicción con lo defendido en el pasado. Para atraerse a los colonos, Netanyahu ha señalado que una eventual independencia palestina daría paso a un Hamastán o, incluso peor, a una Palestina bajo el control del Estado Islámico, idea que por esquizofrénica que pudiera parecer ha calado entre ciertos sectores de la sociedad israelí a juzgar por los resultados obtenidos.
Al mostrarse claramente contrario a la solución de los dos Estados, Netanyahu deja claro que profundizará la colonización mediante la ampliación de los asentamientos, donde ya viven 550.000 colonos, e intensificará la judaización de Jerusalén para separarla de su entorno árabe, todo ello con el propósito de impedir que algún día se convierta en capital de un eventual Estado palestino. No por casualidad, Netanyahu finalizó su campaña en Har Homa, un asentamiento que él mismo contribuyó a crear en tierras expropiadas a los palestinos durante su primer mandato (1996-1999) y que ahora alberga, nada más y nada menos, que 30.000 colonos. Son las nuevas realidades sobre el terreno que la comunidad internacional prefiere ignorar para evitar un choque de trenes con el gobierno israelí.

En realidad esta estrategia cortoplacista pone en riesgo la viabilidad del proyecto estatal propugnado por los pioneros sionistas, que concebían a Israel como un Estado étnicamente homogéneo que reuniese a toda la diáspora judía. Como advirtiese Tzipi Livni, la dirigente de la Unión Sionista, a la desesperada el último día de campaña, «las políticas de Netanyahu y Benett nos abocan a un Estado binacional». Una denuncia similar la formulaba recientemente el diario izquierdista ‘Haaretz’: «Está ignorando la verdadera amenaza para Israel y para su capacidad para sobrevivir como un ‘Estado judío y democrático’: la ocupación sin fin de los territorios. La insistencia de Israel en gobernar sobre millones de palestinos de Cisjordania que carecen de derechos civiles, la expansión de los asentamientos y el mantenimiento de la población de la Franja de Gaza bajo el asedio son los peligros que amenazan nuestro futuro».

Al contrario de lo pronosticado, la economía no parece haber influido de manera determinante en el electorado. Quizás este haya sido el principal error de cálculo de la Unión Sionista, integrada por el Partido Laborista y Hatnuah, que ha quedado en segunda posición. La alarmante alza del coste de la vida (la vivienda se ha encarecido un 55% en los últimos cinco años) y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo de las clases medias no parecen haber pasado factura al gobernante Likud. Durante su mandato, Netanyahu ha recortado los gastos en educación y sanidad y ha priorizado las inversiones en los territorios ocupados mediante la construcción de asentamientos y el aumento del presupuesto militar. Tampoco la apuesta por la reconstrucción de la dañada relación con EE UU o la reanudación del proceso de paz han atraído a un segmento significativo de la población.

La amplia mayoría lograda por el Likud le permitirá formar un nuevo Gobierno junto a sus aliados tradicionales (la Casa Judía de Naftalí Bennett y Nuestra Casa Israel de Avigdor Liberman), formaciones de nuevo cuño (como Kulanu, dirigida por un exmiembro del Likud) y los partidos ultraortodoxos Shas y Judaísmo Unido de la Tora. Entre todos sumarían 67 escaños, seis más de los necesarios, lo que garantizaría la gobernabilidad de Israel en los próximos años.

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