Entrevista sobre las tensiones irano-saudíes
La revista digital CTXT ya ha publicado la entrevista que me hizo hace unos días Amanda Andrades González sobre la creciente tensión entre Arabia Saudí e Irán tras la ejecución del jeque chií Nimr Baqr al-Nimr y los efectos que puede tener para la estabilidad de la región. Hoy la incluyo como la primera entrada de mi blog en este 2016 en el que espero que se resuelvan algunos problemas que parecen esquitados en Oriente Medio.
Arabia Saudí e Irán llevan casi un siglo “inmersos en una
competición por el control de Oriente Medio”. Hace ya casi 36 años la
hostilidad se recrudeció, tras el derrocamiento en febrero de 1979 de la
dictadura de Mohamed Reza Pahlevi, el último sha de Persia, y aliado de
Occidente, y la instauración, de la mano del ayatollah Jomeini, de un
régimen de gobierno teocrático que aún perdura. A lo largo de estas tres
décadas, las dos potencias autobanderadas como buques insignias de las
dos corrientes del Islam, el sunismo y el chiismo, se han ido enfrentando de manera interpuesta en guerras como la del Líbano (1975-1990), Irak-Irán (1980-1988) o, en los últimos años en Siria y Yemen.
En este inicio de 2016, la tensión se ha hecho mucho más
palpable. Arabia Saudí e Irán han roto relaciones diplomáticas, tras el
anuncio el 2 de enero de la ejecución por parte de Riad de 47 personas.
Entre ellas, el líder religioso chíi Nimr Baqer Al-Nimr, una de las
figuras más relevantes de la oposición a la Casa de Saud, que rige los destinos del país desde hace 250 años,
asentada en una interpretación rigorista del Islam, el wahabismo, que
algunos intelectuales islámicos consideran próxima a la herejía.
Ignacio Álvarez-Ossorio,
profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante,
no descarta que en esta escalada de tensión “la situación escape de
control y nos dirijamos a una colisión de trenes”, que podría arrastrar
a buena parte de los emiratos del Golfo y también a las potencias
internacionales, pero sostiene que hay un elemento crucial que aleja
dicho riesgo: “Ambos países tienen mucho que perder y poco que ganar con
un choque directo. Por eso se inclina a pensar que mantendrán la
tensión dialéctica pero no recurrirán a las armas para dirimir sus
diferencias.
Lo que sí está claro para el coordinador de Oriente Medio y
Magreb en la Fundación Alternativas es el impacto negativo que este
enfrentamiento tendrá para la resolución de la guerra en Siria. “Los dos
son parte del problema, pero también parte de la solución. Sin un
acuerdo, Siria corre el riesgo de balcanizarse”, advierte.
¿Qué hay detrás de esta escalada de tensión entre Arabia Saudí e Irán, más allá de la ejecución del cheikh Nimr Al-Nimr?
Desde el arranque del siglo XXI, Arabia Saudí e Irán están
inmersos en una competición por el control de Oriente Medio. La
invasión de Irak por parte de EEUU ha tenido nefastas consecuencias para
toda la región porque ha intensificado el enfrentamiento sectario y
desequilibrado el statu quo vigente desde la Guerra Fría. Con esta
ejecución, el régimen saudí trata de aumentar la presión sobre los
chiíes del reino, una décima parte de la población, que son considerados
ciudadanos de segunda categoría y que son vistos como quintacolumnistas
de Irán. Los musulmanes chiíes de Arabia Saudí sufren una alarmante
discriminación en términos religiosos, económicos y políticos y que el
clero wahabí ni tan siquiera les considera parte de la familia del
Islam. La ejecución de al-Nimr también tiene algo de cortina de humo,
puesto que en los últimos meses el rey Salman se ha visto obligado a
tomar decisiones dolorosas, como recortar los generosos subsidios
estatales como consecuencia de la caída del precio del crudo.
Da la impresión de que Arabia Saudí ha decidido jugar con fuego, ¿por qué?
Sí, tras la Primavera Árabe Arabia Saudí ha optado por una
política exterior mucho más intervencionista y beligerante que la de
décadas anteriores. Este giro tiene mucho que ver con la amenaza
existencial que para el reino representaban las revueltas populares
antiautoritarias en Túnez, Egipto o Yemen. De ahí la intervención
militar en Bahréin para salvaguardar a la dinastía de los Jalifa ante el
levantamiento chií o la reciente formación de una coalición para
combatir al movimiento huzi en Yemen sin olvidarnos, por supuesto, del
significativo apoyo prestado a las milicias salafistas y yihadistas que
combaten al régimen de Bashar al-Asad en Siria. Todo ello ha coincidido
con la calculada salida de la escena medioriental de EEUU, su principal
aliado estratégico, y del progresivo ascenso de Irán, que ha pasado de
ser un apestado para la comunidad internacional a ser rehabilitado, a
cambio de desactivar su programa nuclear.

El principal riesgo es que la situación escape de control y
nos dirijamos a una colisión de trenes entre Arabia Saudí e Irán. Hasta
el momento, ambas potencias se ha conformado con librar una Guerra Fría
a través de actores interpuestos o de sus satélites en Siria, Irak y
Yemen, pero las cosas podrían cambiar si prosigue la escalada de
acusaciones entre ambos países. Un enfrentamiento directo arrastraría a
buena parte de los emiratos del Golfo y, probablemente, también a las
potencias internacionales. La buena noticia es que ambos países tienen
mucho que perder y poco que ganar con un choque directo, por lo que
mantendrán la tensión dialéctica pero no recurrirán a las armas para
dirimir sus diferencias.
¿Qué repercusiones puede tener en clave interna en Irán y Arabia?
La irrupción del ISIS representa una potencial amenaza
para Arabia Saudí, ya que la organización yihadista ha ido elevando sus
ataques contra los Saud, a los que acusa de connivencia con Occidente y a
los que tacha de impíos. No debe olvidarse que Arabia Saudí es, tras
Túnez, el principal exportador árabe de yihadistas al ISIS y que dicha
organización podría optar por desestabilizar el reino en el caso de que
se intensifiquen los bombardeos. Ante este cuestionamiento de la
legitimidad de los Saud, el régimen ha apostado por combatir al ISIS con
sus mismas armas, presentándose como el defensor de la ortodoxia wahabí
y el máximo enemigo de Irán y de los chiíes. Por lo que respecta a
Irán, las tensiones benefician esencialmente a los halcones, en
particular al clero más conservador y a la Guardia Republicana, que se
oponen radicalmente a los intentos de los sectores reformistas para
introducir la más mínima reforma socio-política.
¿Estamos hablando de un enfrentamiento sectario o de un conflicto geoestratégico y político?
En mi opinión las razones de índole geopolítica predominan
sobre las religiosas. Lo que está en juego es el control de la región y
de sus recursos. Otra cosa es que ambos regímenes coincidan en su
instrumentalización de la religión con la intención de ser reconocidos
como representantes de los sunníes y los chiíes, pretensión cuanto menos
cuestionable. Lo más curioso de todo es que ambos regímenes se parecen
bastante: han instaurado un régimen teocrático e impuesto la sharía
a sus respectivas poblaciones. También coinciden en la persecución
sistemática de la oposición, en la limitación de los derechos de la
mujer y en la restricción de las libertades públicas más elementales. La
democracia para ambos es una herejía que debe ser combatida con todas
sus fuerzas.
¿Suníes contra chiíes o wahabíes contra chiíes?
Arabia Saudí pretende ser reconocido como el legítimo
representante del Islam sunní, cuando en realidad en el reino se
practica una versión puritana y rigorista del sunnismo conocida como
wahabismo. De los 1.500 millones de musulmanes que hay en el mundo, sólo
20 millones siguen este rito. Gracias a su control de los lugares
sagrados de La Meca y Media y a sus vastas reservas petrolíferas, Arabia
Saudí pretende expandir esta versión radical y minoritaria del Islam
por todos los confines del mundo islámico y también entre las
comunidades musulmanas de Europa y América. Esta pretensión debería
constituir un motivo de preocupación para todos, porque el wahabismo es
extremadamente hostil con el Islam que tradicionalmente se han
practicado en la mayor parte de los países árabes de la región, mucho
más contemporizador y, sobre todo, acostumbrado a convivir con la
diferencia.
Tras la invasión de Irak se ha ido imponiendo un
discurso mediático que pretende explicar todo lo que ocurre en la región
en clave sectaria, ¿a qué responde?
A varias razones. Por una parte es una simplificación que
pretende dividir a los musulmanes entre buenos y malos, entre nuestros
aliados y nuestros enemigos. Por otra parte se trata de un plan
cuidadosamente ejecutado para debilitar a los escasos regímenes
seculares que habían conseguido éxitos relativos a la hora de instaurar
un Estado moderno, centralizado y avanzado. Lo que se trata es de
convertir a dichos países en Estados fallidos y volver a las lógicas
sectarias y tribales: el ya conocido ‘divide y gobierna’ que emplearon
los europeos durante la etapa colonial.
¿Qué impacto puede tener en la resolución del conflicto sirio en el que estas dos potencias intervienen casi desde sus inicios?
El impacto será elevado, ya que ambos países son centrales
a la hora de encontrar una salida a la crisis siria. Sin el decidido
apoyo iraní, el régimen de Bashar al-Asad se habría desmoronado como un
castillo de naipes hace mucho tiempo. También el respaldo saudí ha sido
indispensable para eliminar a las milicias seculares sirias y
reemplazarlas por grupos salafistas que pretenden imponer un Estado
wahabí regido por la sharía. Los dos son parte del problema,
pero también parte de la solución. Si no se ponen de acuerdo, Siria
corre el riesgo de balcanizarse.
Se cumplen ya cinco años del inicio de las revueltas árabes, ¿qué queda de ellas?
Queda un poso amargo porque las esperanzas se vieron
frustradas debido a un cúmulo de razones, entre ellas, las resistencias
presentadas por los sectores contrarrevolucionarios en cada uno de los
países y el decidido apoyo que les prestaron las petromonarquías del
Golfo. Las demandas de libertades y justicia social suponían una amenaza
existencial para ambas. También el ascenso de los Hermanos Musulmanes, y
el experimento islamo-demócrata que representaba, cuestionaba
claramente su legitimidad. Lo más sorprendente es que los países
europeos han permanecido impasibles ante este pulso decisivo para el
mundo árabe dejando el campo libre para que los sectores
contrarrevolucionarios y las petromonarquías conservadoras impusieran
sus designios.
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