Qatar en la encrucijada
Cuando parecía que la situación en Oriente Medio no podía
deteriorarse más, Arabia Saudí y algunos de sus satélites han decidido romper
relaciones con Qatar, su socio en el Consejo de Cooperación del Golfo,
establecido precisamente para tratar de frenar a Irán y limitar su influencia
regional. Este movimiento debe interpretarse como una demostración de fuerza de
la monarquía saudí que ha decidido dar un golpe en la mesa para demostrar quién
manda en el golfo Pérsico y plantear una enmienda a la totalidad a la política
exterior qatarí.

Aunque Arabia Saudí ha tratado de justificar su decisión
aludiendo a la necesidad de preservar su seguridad nacional y combatir el
terrorismo, las desavenencias con Qatar vienen de lejos y se explican por las
resistencias del pequeño emirato a seguir las directrices fijadas por el
gigante saudí. En lugar de rendir vasallaje a Riad, Doha ha puesta en marcha
una diplomacia alternativa basada sobre todo en el ‘poder blando’ que le ha
deparado no pocos éxitos, pero también importantes quebraderos de cabeza.
Gracias a ello ha conseguido poner en el mapa a este pequeño emirato de apenas
dos millones de habitantes en el que sólo el 10 por 100 de la población tienen
la nacionalidad qatarí y, por lo tanto, el 90 por 100 restante son inmigrantes
atraídos por la inmensa fortuna que posee: las terceras reservas mundiales de
gas licuado que le han convertido en el país más rico del mundo en renta per cápita.
Cuatro son los puntos de fricción entre Arabia Saudí y
Qatar. El primero de ellos es la proximidad de Qatar a Irán, que se explica por
dos factores. De una parte, la necesidad de equilibrar sus relaciones
exteriores y evitar quedar sometido a la tutela saudí; de otra parte, el
imperativo de mantener una buena vecindad con el país con el que comparte la
explotación de la mayor reserva de gas a escala mundial. Qatar no obtendría
ningún beneficio por secundar la estrategia frentista de Arabia Saudí hacia
Irán y, sin embargo, tendría mucho que perder en esta guerra fría que libran
Riad y Teherán por la hegemonía en Oriente Medio.
El segundo punto de fricción es la creciente influencia
regional lograda por el canal de televisión qatarí Al Jazeera, que se convirtió
en altavoz amplificador de la denominada Primavera Árabe. En sus dos décadas de
vida, Al Jazeera se ha convertido en la vía de información predilecta de la
población árabe para sortear la férrea censura imperante en muchos de sus
países. Es decir: un dolor de cabeza permanente para muchos gobiernos
autoritarios que no han dudado en interrumpir su programación y expulsar a sus
periodistas para tratar de cortarle las alas. Arabia Saudí es uno de los países
más beligerantes hacia la cadena y no ha dudado en establecer Al Arabiya, su
propia cadena, para tratar de contrarrestar su influencia.

El tercer elemento de tensión es el patrocinio qatarí a los
Hermanos Musulmanes, organización islamista que goza de gran predicamento en
buena parte del Oriente Medio. Su apuesta por la vía política y por las
elecciones le permitió hacerse con el poder en Egipto tras la dimisión de Hosni
Mubarak, el máximo aliado regional de Arabia Saudí e Israel. Su renuencia a
aceptar los dictados saudíes y su intento de aproximación a Irán provocaron el
derrocamiento del presidente Morsi tras un golpe militar encabezado por el
general al-Sisi, que casualmente había servido como agregado militar en Arabia
Saudí. Desde entonces, Riad se convirtió en el principal sostén económico del
régimen egipcio. En 2014, Arabia Saudí incluyó a los Hermanos Musulmanes en su
lista de organizaciones terroristas junto a Al Qaeda, el Estado Islámico o el
Frente al Nusra, lo que no deja de ser un sinsentido ya que la Hermandad ha
denunciado el empleo de la violencia con
fines políticos y no ha tomado las armas a pesar de la sistemática persecución
que ha sufrido y que ha llevado a más de 20.000 de sus miembros a las cárceles
egipcias.
Por último pero no menos importante, Arabia Saudí considera
que Qatar apoya a los grupos terroristas que campean a sus anchas por la
región, acusación que probablemente tenga cierta base sobre todo en el caso del
Frente Al Nusra (la filial siria de Al Qaeda ahora rebautizada como Tahrir Al
Sham), pero que no deja de sorprender por provenir precisamente de quien ha
financiado desde hace décadas a toda clase de grupos yihadistas, desde los
talibanes hasta el autodenominado Estado Islámico pasando por Al Qaeda, tal y
como denunciara la propia comisión encargada de investigar los atentados del 11
de septiembre de 2001. En su reciente visita a Riad, el presidente
norteamericano Donald Trump se comprometió a combatir a quienes difunden
ideologías radicales en la región. A pesar de que Arabia Saudí tiene una
reconocida trayectoria en la difusión del wahabismo, una lectura puritana y
radical del islam que pretende imponer al resto de países musulmanes, EEUU ha
decidido estrechar su relación con la monarquía saudí, que a cambio del
blindaje del eje Washington–Riad se ha comprometido a adquirir armamento por
valor de 110.000 millones en los próximos años.
Así las cosas, la crisis diplomática puede evolucionar de
diferentes maneras, pero parece difícil que Qatar renuncie a delimitar su
propia política exterior según dicten sus intereses. De hecho, el tiro saudí
podría salirle por la culata en el que caso de que Qatar se considere
acorralado y no vea otra alternativa que fortalecer sus vínculos con otras potencias
regionales e internacionales para tratar de blindarse frente a la creciente
hostilidad saudí.
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