Nuevos artículos sobre el Kurdistán

Recientemente he empezado a colaborar con El Periódico de Cataluña. En estas últimas semanas he publicado tres nuevos artículos sobre Oriente Medio: "El espejismo del Kurdistán" (30/10/2017), "Turquía en el avispero sirio" (10/10/2017) y "El efecto dominó kurdo" (27/9/2017). Aquí os dejo precisamente el último de ellos:

El pueblo kurdo lleva esperando la autodeterminación desde hace casi un siglo. Tras la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Sèvres contempló el establecimiento de una autonomía kurda como paso previo a la independencia. Estas promesas se vieron traicionadas tres años después por el Tratado de Lausana, que impuso la división del Kurdistán entre cinco países: Turquía, Siria, Irak, Irán y Azerbaiyán.
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A pesar de que los kurdos se alzaron en diversas ocasiones para reclamar sus derechos políticos y preservar su identidad, siempre se encontraron con una tenaz resistencia de los nuevos Estados que, para combatir el irredentismo kurdo, alternaron la persecución con la cooptación, la conocida lógica del palo y la zanahoria, para tratar de debilitarlo.

En la mayor parte de los casos, las formaciones kurdas fueron ilegalizadas y tuvieron que actuar en la clandestinidad. Su persecución les obligó a renunciar a una agenda de máximos y a defender unas reivindicaciones mínimas, basadas en la defensa de la identidad kurda y, sobre todo, su lengua y cultura, sistemáticamente perseguidas en el conjunto de Oriente Medio. Durante la segunda mitad del siglo XX, el nacionalismo kurdo tuvo que lidiar con un contexto sumamente adverso. El movimiento panarabista consideraba a las minorías étnicas una quintacolumna que debería ser silenciada y arabizada. En Turquía se encontró con la hostilidad de los militares, que declararon una guerra sin cuartel contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán. En el Irán de los ayatollás, los kurdos, mayoritariamente sunníes, siempre fueron tachados como un elemento hostil a la Revolución Islámica chií.

Este escenario mejoró sustancialmente con la llegada del siglo XXI. El derrocamiento de Saddam Husein permitió la instauración de una autonomía kurda en el norte de Irak. En Siria, el estallido de la guerra civil fue aprovechado para proclamar la autonomía de Rojava, el Kurdistán sirio. El decisivo papel jugado por los peshmerga en el combate contra las huestes del autodenominado Estado Islámico les permitió, asimismo, ganarse el respaldo de Estados Unidos. En el horizonte se vislumbraba, por primera vez, la posibilidad del nacimiento de un Estado kurdo en alguna de las porciones del Kurdistán.

El principal escollo sigue siendo el consenso entre los países de la región en torno a la necesidad de torpedear cualquier proyecto independentista kurdo. De ahí el amplio respaldo obtenido por el primer ministro iraquí al-Abadi a la hora de asfixiar al Gobierno Regional del Kurdistán para que vuelva al redil y anule los resultados del referéndum de autodeterminación. Ni Irak, ni Siria, ni Turquía ni tampoco Irán parecen interesados en que los kurdos iraquíes se salgan con la suya, ante el temor de que se genere un efecto dominó que lleve a sus respectivas minorías kurdas a elevar el listón de sus demandas. De ahí que la independencia kurda siga siendo, a día de hoy, un espejismo, al menos mientras no cambie de manera drástica la repartición de fuerzas en la región.

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