Siria ¿en guerra civil?

El blog de la periodista Mónica Leiva se llama El diván de Ibn Battuta. En él se incluye la entrada "Siria, ¿en guerra civil?", que reflexiona sobre si estamos ya inmersos  en una guerra fraticida entre los  propios sirios. Comienza aludiendo a un debate que tuvo lugar hace unos meses en un encuentro del FIMAM  celebrado en Madrid en el que participé y en el que he vuelto a reflexionar en varias ocasiones en los últimos meses.

"Hace ya algunos meses, en la XIV Asamblea del Foro de Investigadores del Mundo Árabe y Musulmán (FIMAM) surgió la cuestión de si la situación en Siria podía derivar en una guerra civil (sobretodo en una articulada por factores étnicos como en El Líbano o en Iraq). Pocos debates son más divisorios en el seno de la comunidad académica dada la creciente complejidad de los conflictos actuales. El adjetivo “civil” no es plenamente satisfactorio puesto que, más allá del pueblo llano, también los militares y las guerrillas están involucrados. Podríamos llamarlos conflictos “internos” pero eso tampoco sería del todo satisfactorio dado la preponderancia que tiene el entorno regional e internacional en el origen, desarrollo y desenlace de los acontecimientos.

La multiplicidad de las causas y de actores, la interrelación de factores políticos, económicos y socioculturales de diversa índole, hace difícil incluso para los propios nativos dilucidar si la violencia en la que están inmersos es puramente civil o de otra índole (como en una guerra por delegación, por ejemplo). Muchos libaneses tardaron años en llamar a su guerra “civil”. Los iraquíes siguen preguntándose a día de hoy si lo que les sucede es o no un conflicto propio. Lo mismo ocurre con los palestinos. Desde la segunda mitad de los años 1980, nos encontramos con conflictos complejos, que a medida que avanzan y aumentan de intensidad van incorporando nuevas causas, actores y objetivos.

Dicho esto regresemos al caso que nos ocupa. Fui testigo de la dinámica del conflicto actual en Siria durante seis semanas entre abril y mayo de 2011 (la revolución había empezado en marzo, recordemos). El Viernes Santo el eco de un tiroteo a pocos metros del muro que rodea la ciudad vieja de Damasco sembró el pánico entre los habitantes cristianos. Estas comunidades minoritarias que apoyan abiertamente al régimen de Bachar el Asad se sentían, ya por aquel entonces, objeto de la ira de los manifestantes.

Aunque pocas horas antes quitaban importancia a las protestas y la represión que se multiplicaba por la geografía del país (“son sólo cuatro chavales en paro; clanes de mercenarios”, “en un mes se habrá acabado todo”) una sola ráfaga solitaria bastó para sembrar el pánico en los otrora tranquilos barrios de la vieja Damasco. En medio de la barahúnda se organizaron comités populares de vigilancia y defensa, haciendo acopio de palos, porras e incluso hachas; empujando a niños y mujeres hacia el interior de las casas; cerrando comercios; mientras miembros del clero indicaban a los hombres las entradas, esquinas y terrazas en las que debían apostarse para ejercer la defensa de lo que se consideraba una ataque inminente.

¿A quiénes temían aquellas personas de manera tan visceral?. Obviamente a “los sunitas”, los protagonistas de la revuelta, más de el 70% de la población de Siria; los mismos que, según vela la memoria local, en 1860 martirizaron a siete monjes franciscanos españoles cuyas reliquias siguen siendo exhibidas y veneradas con gran fervor por los cristianos latinos de Bab Tuma. La anécdota del Viernes Santo, más que ninguna otra de las que me tocó vivir, supuso para mí el reflejo inequívoco de que los cristianos –y los alauitas y drusos–, interpretaban el conflicto desde el principio como una prueba de fuego para la supervivencia de su comunidad en Siria.

Pero vayamos por partes. Lo que presencié en la primavera de 2011 fue, sin duda, una revolución  genuina, iniciada por la toma de conciencia de parte de la población de la opresión, la corrupción, y la miseria que la actuación de sus gobernantes acarreaba. Por contra, la oligarquía, el aparato burocrático, las élites políticas y militares, y la nueva clase media-alta (surgida la última década como resultado de la reforma económica de liberalización del mercado sirio) eran entonces reticentes a condenar al régimen. Lo mismo ocurría con la mayoría de las minorías religiosas, incluyendo a los cristianos, los drusos y los alauitas (la secta chiíta a la que el presidente El Asad pertenece).

Efectivamente, el conflicto empezó como un movimiento de liberación y reforma liderado por un grupo étnico mayoritario, destinado a acabar con un régimen brutal y corrupto. Eran motivaciones sociales y políticas las que aglutinaban a los manifestantes. No pude documentar entre las comunidades sunitas o chiítas hostilidad dirigida hacia las otras identidades étnicas o religiosas del país, pero sí la existía contra el régimen y sus simpatizantes. Y casualmente, a grandes rasgos, las comunidades religiosas minoritarias dentro de Siria apoyan abiertamente el régimen en el poder, como una cuestión de vida o muerte. Ya entonces era previsible que, si bien las rivalidades entre los bandos respondían claramente a un trasfondo político y económico, en el futuro podrían solaparse con rivalidades tribales y étnicas dado que la clientela política del régimen la engrosan, en una parte considerable, miembros de las minorías religiosas.

Desgraciadamente, con el agravamiento de la situación, el componente religioso va adquiriendo peso en Siria. Los crímenes del régimen (de los cuales la matanza de Houla marcó un antes y un después) están empujando a los sirios a replegarse entorno a su grupo étnico-religioso, a falta de otros principios movilizadores transversales (como la lucha de clases). Las primeras iglesias han ardido ya, a la vez que llegan los ecos de nuevas masacres; los miles de refugiados sirios que buscan asilo en los países vecinos lo hacen entre sus propias comunidades religiosas, donde se sienten seguros. La exacerbación y la manipulación de la identidad étnico-religiosa por los actores internos y externos está creciendo más y más, reduciendo hasta casi eliminar las reivindicaciones políticas y sociales que provocaron el conflicto en primera instancia.

¿Cabe esperar que si mañana Bachar el Asad abandona Siria las diferentes comunidades del país van a dirimir sus diferencias entorno a una mesa de negociaciones?. Personalmente, creo que la caja de Pandora se abrió en el momento en que los manifestantes tomaron las armas y se convirtieron en revolucionarios. Es cierto que el conflicto no ha adquirido todavía las dimensiones de una guerra civil a gran escala. La sociedad siria no está movilizada totalmente para la guerra porque, por el momento, no lo precisa. Es el Ejército Libre de Siria el que lidera y racionaliza los enfrentamientos con sus tácticas guerrilleras. Pero no nos engañemos: más allá de las influencias externas (que existen y hay que considerarlas) los sirios están luchando entre ellos, y no es precisamente la democracia lo que está en juego, sino el cetro del poder".

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