El laberinto sirio

Ya ha salido el nº 30 de la revista Afkar / Ideas en la que publico el artículo "El laberinto sirio", en el que se repasa la situación en Siria tras el estallido de la revuelta popular. A continuación incluyo la presentación y las conclusiones:

"La partida no ha hecho más que empezar. Consciente de que Siria desempeña un papel central en el tablero de Oriente Próximo, Bachar al Assad ha jugado todas sus cartas a la preservación del Estado autoritario. Pese a que las demandas de reforma no dejan de crecer, el régimen sirio ha apostado por una estrategia del “gota a gota” que parte de la base de que la liberalización política debe desarrollarse sin presiones populares.
Las reformas adoptadas hasta el momento van en dos direcciones. Por una parte, se ha anunciado la derogación oficial de las leyes de emergencia (aunque la decisión no ha tenido efectos prácticos) y, por otra, se ha aprobado la naturalización de 250.000 kurdos con el propósito de impedir que esta minoría étnica (que representa el 10% de la población) se sume a la ola de descontento. Estas medidas llegan con 11 años de retraso y son insuficientes por sí solas para frenar las manifestaciones que se extienden por todo el país. Además no corresponden con las expectativas creadas por la principal consejera presidencial, Buzaina Shaaban, quien en los primeros compases de la revuelta anunció la instauración de un sistema pluripartidista y las libertades de reunión, asociación y expresión (hoy en día gravemente coartadas).

Espoleado por el triunfo de las revoluciones tunecina y egipcia, el pueblo sirio ha salido a la calle para demandar mayores libertades. Las manifestaciones, inicialmente localizadas en la agrícola ciudad sureña de Deraa, se han extendido a buena parte del territorio después de que el 15 de marzo se convocase el primer “Día de la ira”. La represión sistemática de las manifestaciones pacíficas se ha saldado, en los dos primeros meses de revuelta, con la muerte de unas 800 personas.
La política del “puño de hierro” puesta en práctica por las autoridades no ha tenido los efectos deseados. No solo no ha conseguido desmovilizar a la población, sino que además ha servido como acicate para que cada vez más sirios pierdan el miedo al régimen y salgan a manifestarse a las calles. Al optar por la represión, Al Assad demuestra su incapacidad de interpretar adecuadamente la primavera democrática que vive el mundo árabe, que ya ha provocado la caída de Zine el Abidine Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto. En lugar de apresurarse a adoptar una agenda reformista, Al Assad ha echado balones fuera denunciando una supuesta conspiración internacional contra Siria en la que estarían implicados sus enemigos tradicionales –Israel y el movimiento salafista–, unidos en un extraño matrimonio de conveniencia en su determinación de precipitar la caída de los Assad.
Aunque estas teorías conspirativas puedan cohesionar parcialmente a los sectores partidarios del mantenimiento del statu quo, difícilmente pueden combatir el hastío que comparte buena parte de la sociedad siria (independientemente de su confesión, extracción e ideología). La calle siria exige con un sola voz el desmantelamiento del Estado autoritario, el respeto al imperio de la ley, la separación de poderes, la persecución de la corrupción, la derogación de las leyes de emergencia, la liberación de los presos políticos y el fin del monopartidismo. En definitiva: la instauración de una verdadera democracia y el fin del autoritarismo...

Para los Assad se trata de una lucha a vida y muerte, puesto que la caída de Bachar iría acompañada de la caída del régimen. Por eso, la mejor fórmula para superar esta peligrosa situación es la bicefalia. Maher al Assad, al frente de la Guardia Republicana, ha visto reforzada su posición y ha asumido el protagonismo en la represión de las manifestaciones. No en vano su Cuarta Brigada se ha desplegado en torno a Deraa, foco principal de la revuelta. Bachar, por su parte, ha puesto en marcha diversas reformas como la derogación de la ley de emergencia (que todavía no ha tenido efectos prácticos), el aumento del sueldo de los funcionarios (entre un 20% y un 30%) o la designación de un nuevo primer ministro (Adel Safar, hasta entonces titular de la cartera de Agricultura). Este reparto de papeles ha funcionado relativamente bien hasta el momento, pero no debería descartarse que en los próximos meses asistiéramos a un remake de la historia de amor-odio vivida entre Hafez al Assad y su hermano Rifaa en la década de los ochenta (con un intento de golpe de Estado y con el definitivo destierro del por entonces vicepresidente del país).

A pesar de la creciente contestación, el régimen sigue teniendo de su lado a las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia que son, a su vez, los guardianes de la revolución baazista. No debe olvidarse que el Baaz conquistó el poder en Siria gracias a un golpe militar y que, desde entonces, los militares han gobernado el país con mano de hierro. En estas cinco décadas, las fuerzas armadas han acumulado un poder prácticamente ilimitado al que no renunciarán fácilmente. Aunque en Siria es difícil que se registre una evolución similar a la tunecina, en la que los militares se negaron a reprimir las manifestaciones, lo que precipitó la caída de Ben Ali, no debería descartarse por completo que la tropa se niegue a obedecer las órdenes de sus mandos. El empleo cada vez más recurrente de la mujabarat y la shabbiha, dos elementos de probada lealtad hacia el régimen, podría indicar que la alianza clánico-familiar desconfía de su propio ejército".

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