Claves sobre Turquía

esglobal, la revista electrónica de FRIDE, también aborda la cuestión de las movilizaciones en Turquía y aporta algunas claves para entender lo que está ocurriendo sobre el terreno. El artículo "Las raíces del descontento turco" lo firma Ricardo Ginés.

Autoritarismo: rebelión contra ‘papá’
El símbolo de las protestas tiene un nombre: el parque de Gezi, una pequeña (comparada por ejemplo con el Central Park de Nueva York) zona lindante con la plaza Taksim, en el centro de Estambul. Está amenazado de convertirse en un centro comercial, algo que pertenece a una remodelación urbana apoyada y diseñada por el Ejecutivo del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan. Pero no fue tanto el violento desalojo por parte de la policía, que también, lo que produjo la ira de los indignados turcos. Fueron sobre todo las palabras del premier lo que supuso una afrenta para miles de activistas. “Haced lo que tengáis que hacer. Pero nosotros hemos decidido ya. Se llevará a cabo [la remodelación]”, había declarado Erdogan antes de la doble desocupación. Ese es su estilo de hacer política, sobre todo en los dos últimos años. Cada vez adopta más la figura de un padre autoritario a la par que paternalista con sus súbditos. Y estos, sobre todo los pertenecientes a una nueva generación joven, han decidido enfrentarse al padre. Antes de ello han perdido el miedo. La mayoría de los entrevistados en la Taksim Meydani estos días hacen hincapié en que Erdogan ha de cambiar sus formas y que de no hacerlo su estilo es el de un déspota.

Islamización: no sólo las leyes del alcohol
Estos días en la Plaza Taksim, rodeada de barricadas y libre de control policial, se han empezado a vender cervezas en la calle como si el centro de Estambul hubiera devenido en la Rambla barcelonesa. Muchos de los artefactos lanzados contra la policía, conocida en Turquía por sus veleidades proislamizadoras, han sido botellas de cristal y que contenían cerveza antes de convertirse en armas arrojadizas. No es una casualidad: las leyes que rigen la publicidad, la venta y el consumo de bebidas alcohólicas cada vez son más restrictivas. Erdogan tuvo además la delicadeza de enfrentarse a quiénes se oponían a las nuevas medidas calificándoles de “alcohólicos”. Las tendencias islamizadoras que se pueden apreciar sobre todo en los últimos tiempos incluyen además un intento de redefinición del concepto de laicismo en Turquía a la par que una redefinición del ser turco como exclusivamente de ideología suní, piadosa y conservadora. En Turquía tan solo un 12% se muestra a favor de la ley islámica, pero la clase media laica tiene miedo de que el país se islamice y también por ello el 82,3% de los turcos desea enmarcar “los principios y revoluciones de Atatürk (el fundador de la Turquía moderna y laica)” en la nueva Constitución.

Uso excesivo de la fuerza: una democracia con olor a gas
Para lo que Erdogan llama “democracia avanzada” para miles de turcos que se echan estos días a la calle tiene un olor innegable a gas lacrimógeno. El uso de fuerza para contener a los indignados turcos no tiene precedentes. Ya son dos muertos oficiales por excesiva violencia en los enfrentamientos, uno de ellos matado con una bala en Hatay, provincia turca fronteriza con Siria. También contamos con un joven en estado de muerte cerebral debido a un golpe directo en la cabeza con una cápsula de gas etiquetadas como “Non Lethal Technologies” (tecnologías no letales). Los activistas hablan de más muertos. En todo caso la imagen del gas no es nueva. Desde al menos el 1 de mayo de este año toda oposición al Gobierno en la calle ha tenido que oler de forma masiva el gas que desprende la “democracia avanzada” de Erdogan. El principal partido de la oposición, el republicano del pueblo (CHP) ha convertido por ello al premier en un superhéroe con la G de “Gazman”. Pero es una violencia que, como se está viendo, también puede resultar un acicate para continuar los disturbios: son ya más de 200 los policías que han tenido que ser atendidos por heridas u hospitalizados.

Polarización social: ¿un primer ministro para todos?
Erdogan como hombre fuerte de Turquía ha ganado tres elecciones parlamentarias seguidas (2002, 2007, 2011) con un índice de voto cada vez mayor. Eso nadie se lo discute. En las últimas obtuvo la mitad de los votos emitidos, un resultado espléndido para una persona que llevaba nueve años en el poder. Pero los que protestan en la plaza Taksim estos días, en su mayor parte clase media urbana, laica y de formas de vida liberales, advierten a menudo de que Erdogan malinterpreta la democracia. A su juicio lo que hace es imponer la voluntad de esa mitad de votantes sobre el resto sin ser realmente el primer ministro de todos los ciudadanos. Cada vez que su estilo se convertía más en autoritario e islamizador la sociedad turca se polarizaba más y más. En el lustro de 2002 a 2007 cuando las reformas democratizadoras a las que obliga Bruselas iban por buen camino la división era mucho más atenuada y había casi una reconciliación entre liberales y conservadores de raíces islamistas. Ahora, ese crédito político del que Erdogan disfrutó durante mucho tiempo parece haberse dinamitado.

Resentimiento económico: favoreciendo a unos, castigando a otros
Uno de los factores decisivos del enorme éxito que ha tenido Erdogan como figura política ha sido sin duda el beneficio económico que ha traído al ciudadano medio. En diez años, el Ejecutivo liderado por Erdogan ha sabido triplicar la capacidad adquisitiva del ciudadano medio. En ciudades como Estambul, al contrario que en otras europeas, existe un enorme dinamismo económico y gente joven planeando sus primeras empresas. Pero existe otra cara al milagro económico turco. También hay mucha gente desempleada o lindante con la pobreza que ven como el despegue económico sobre todo alcanza a las élites. Y hay otro aspecto preocupante como ha mostrado recientemente la lista de las 100 personas que más pagan impuestos en Turquía: la discriminación política. En ella no hay (que debiera por pura lógica) miembros cercanos al partido en el Gobierno de Erdogan y que han experimentado sin duda un enorme crecimiento en sus bolsillos en los últimos años. Es decir, el modelo económico de Erdogan favorece a sus simpatizantes y castiga a sus opositores, algo que está enfureciendo a la antigua élite de Turquía: laica y republicana".

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