Incógnitas egipcias

Esta es la primera parte de mis reflexiones sobre las elecciones egipcias. Saldrá publicada uno de estos días en el diario El Correo. Incluyo alguna de las fotos que hice por la ciudad, en concreto un cartel del Partido de la Libertad y la Justicia que encontré tirado en el barrio de Doqqi. La próxima semana incluiré varias más:

"Los resultados de las elecciones egipcias han confirmado, una vez más, el empuje de los islamistas en el mundo árabe. Después de las elecciones tunecinas en las que se impuso el movimiento En Nahda y de las marroquíes donde el Partido de la Justicia y el Desarrollo fue la fuerza más votada, ahora le ha tocado el turno al Partido de la Libertad y la Justicia –la plataforma electoral de los Hermanos Musulmanes–, que se ha impuesto de manera rotunda, tal y como vaticinaban todos los pronósticos, en esta primera fase de las elecciones legislativas.

Se trata de los primeros comicios libres y competitivos registrados en Egipto desde la instauración del régimen republicano hace casi sesenta años. Los egipcios no han querido dejar pasar este momento histórico y han acudido de manera masiva a las centros de votación para mostrar su apoyo a la revolución que puso fin a la dictadura de Mubarak. En los treinta años anteriores, la sistemática manipulación de las elecciones provocó una enorme apatía política entre la población. De hecho en los últimos referéndums presidenciales se registró un fuerte absentismo electoral (ni tan siquiera votó el 15%) como forma de protesta ante las prácticas corruptas del régimen autoritario. Ahora, la Primavera Árabe han provocado un auténtico vuelco en la situación precedente, puesto que la participación de estas dos primeras jornadas se aproxima al 85% del electorado.

El Partido de la Libertad y la Justicia ha sido el auténtico vencedor de las elecciones. Al contrario de lo que muchos se temían, la irrupción de diferentes formulas islamistas (como el salafista Al Nur o el sufista Tahrir) no ha hecho mella en su popularidad. Frente a estas formaciones de nuevo cuño y de incierta procedencia, los Hermanos Musulmanes han esgrimido como uno de sus principales activos sus ochenta años de historia en los cuales han conseguido una sólida implantación prácticamente en todo el país. Aunque la organización ha sido perseguida por Naser, Sadat y Mubarak, también se ha beneficiado de ciertos periodos de tolerancia en los cuales logró establecerse una amplia red de asociaciones de tipo benéfico y caritativo que llegaban allá donde el estado era incapaz de hacerlo.

En la década de los setenta del pasado siglo, Sadat intentó instrumentalizar a los Hermanos Musulmanes en su propio beneficio para tratar de constituir un contrapeso al poderoso movimiento naserista. En los años noventa, Mubarak alternó la política «del palo y la zanahoria», abriéndoles la puerta del Parlamento en diferentes ocasiones con la esperanza de que frenasen a las corrientes yihadistas y salafistas, aunque cerrándoles el paso cuando hacían alguna demostración de fuerza (como en las elecciones de 2005 cuando, sin concurrir en todas las circunscripciones electorales, se alzaron con una quinta parte de los escaños del Parlamento).

El mensaje que los egipcios han querido lanzar con su voto es que respaldan una transición ordenada y sin bandazos en el curso de la cual el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas ceda el mando a un gobierno civil en el menor plazo de tiempo posible. El problema es que los militares, que dirigen el país desde el golpe de los Oficiales Libres de 1952, no parecen muy entusiasmados con la idea e intentan, a toda costa, conservar parte de sus prerrogativas políticas (el artículo 49 de la Constitución les otorga, por ejemplo, el derecho de promulgar leyes y designar al jefe de gobierno y sus ministros) y económicas (los militares controlan, directa o indirectamente, el 26% del PNB).

Desde la caída de Mubarak, la Junta Militar ha cometido numerosos errores de cálculo: el más importante de ellos intentar seguir ejerciendo la labor de árbitro por tiempo indefinido. El mariscal Tantawi viene jugando al gato y al ratón con la oposición desde hace meses, tan pronto da un paso hacia delante como otro hacia atrás en un intento desesperado, como el célebre personaje de Lampedusa, de que todo cambie para que todo siga igual. La paciencia de los partidos políticos parece haberse agotado ya. De ahí que islamistas, liberales y revolucionarios hayan unido sus fuerzas para exigir a los militares que abandonen el poder antes del 31 de julio y cedan el protagonismo político a un gobierno civil. Es más que probable que los militares consigan conservar parte de sus privilegios económicos, pero difícilmente se puede imaginar que mantenga indefinidamente su capacidad para interferir en el proceso político.

Por esta razón, el principal objetivo del nuevo Parlamento dominado por los islamistas será precisamente elaborar una constitución acorde con los vientos democráticos que soplan en la región. La redacción de la nueva carta será toda una prueba de fuego para los islamistas, cuya labor será observada con luz y taquígrafos tanto en el interior como  en el exterior del país. Por una parte, el Partido de la Libertad y la Justicia debe adoptar medidas que contenten a su base social, pero por otra debe evitar imponer sus concepciones religiosas al conjunto de la población. Si forzase los tiempos podría granjearse la desafección de la población laica y liberal y, también, volver a movilizar a los jóvenes de la plaza de Tahrir, que vienen denunciando la existencia de pactos bajo la mesa entre los islamistas y los militares y que reclaman la plena aplicación de la agenda revolucionaria. Por eso, la tarea de los islamistas se asemeja cada vez más a la de un equlibrista que debe, en plena tormenta, vencer a las adversidades y conducir a Egipto hacia la normalidad democrática".

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