Palestina: ¿parálisis o avances?

Hace unas semanas, el Centro de Educación e Investigación para la Paz (CEIPAZ) editaba su anuario 2013-2014 con el título: El reto de la democracia en un mundo en cambio: respuestas políticas y sociales. En él sse incluía el artículo "Palestina en el nuevo contexto regional: ¿parálisis o avances?" de José Abu-Tarbush, profesor de la Universidad de La Laguna.
 
El conflicto israelo-palestino prolonga indefinidamente su enquistamiento en la sociedad internacional, sin observarse visos de solución a corto o medio plazo. Pese a los cambios registrados en su entorno a raíz de la denominada Primavera Árabe y del éxito obtenido por la iniciativa palestina en la ONU (con la elevación de su estatus a Estado observador), nada indica un avance sustancial hacia su resolución. Por el contrario, el repertorio de su modelo negociador, inspirado en los Acuerdos de Oslo (1993), se ha agotado; y la opción de los dos Estados está en vía acelerada de extinción por la persistente dilación de la ocupación militar israelí y su política de “hechos consumados”.

Aparentemente, la opción que quedaría por explorar es la de un solo Estado, democrático, binacional y de todos sus ciudadanos, que gana cada vez mayores adhesiones. Sin embargo, tampoco se advierte un giro significativo en esta dirección. La situación más previsible es justo la contraria, la prolongación del actual statu quo, de un solo Estado no democrático o, igualmente, de apartheid. Semejante panorama parece estar más próximo al estancamiento del conflicto que a su solución, situación reforzada por la actual volatilidad e inestabilidad política de la región.
 
¿Hacia un callejón sin salida?
La Primavera Árabe ha tenido un indudable impacto regional. Además de iniciar un nuevo ciclo y clima político, también está reconfigurando el escenario de Oriente Próximo y el Norte de África y, por extensión, el del entorno del conflicto israelo-palestino. Las lecturas que han realizado sus dos principales actores son dispares.
En Israel predomina una visión pesimista, de desconfianza y temor, con la adopción de una posición conservadora de “observar y esperar”. Pero que, sin embargo, no escatima esfuerzos para continuar su política de expansión colonial, desafiando a la sociedad internacional y violando las leyes internacionales (en particular, la Cuarta Convención de Ginebra de 1949 y sus Protocolos Adicionales).
Semejante política sólo contribuye a socavar la base material y territorial para el establecimiento de un Estado palestino con continuidad territorial, cohesión demográfica y viabilidad económica. En consecuencia, es contraria a la resolución del conflicto mediante la opción de los dos Estados, que es la que cuenta con mayor base jurídica y consenso político internacional. Tampoco está diseñada para concluir en la solución de un solo Estado, binacional y democrático, de todos sus ciudadanos. Por el contrario, parece más orientada a prolongar la situación actual, de un solo Estado, no democrático o de apartheid, en el que sólo una parte de la población que vive entre el mar Mediterráneo y el río Jordán posee los derechos de ciudadanía de los que la otra parte es excluida. El nuevo Gobierno israelí surgido de las urnas (enero de 2013) no introduce un cambio sustancial en esta concepción y dinámica colonial.
La lectura palestina se ha bifurcado por su división interna. Hamás se ha visto fortalecido y reconocido por los cambios en la región, después de un periodo de aislamiento político y diplomático, que se ha resentido internamente con cierta erosión de su popularidad. Su lectura más triunfalista de las revueltas árabes no ha estado exenta de costes como la pérdida de su alianza con Siria y el alejamiento de Hezbolá e Irán. Unido a una mayor explicitación de sus tensiones y divisiones internas, reflejadas en la ambigüedad e indecisión de temas cruciales como la estrategia a seguir frente a la ocupación israelí y su reconciliación con Fatah. Su sector más pragmático es partidario de alcanzar un acuerdo de unidad nacional e incluso ingresar en la OLP con la expectativa de que su líder, Jaled Mishal, alcance su presidencia (Kuttab, 2013). En contraposición, Fatah ha intentado compensar su debilidad con la iniciativa en la ONU, recuperando cierta popularidad interna y obteniendo un amplio apoyo externo.

El nuevo escenario regional tras la Primavera Árabe y el internacional tras la iniciativa en la ONU no serán rentabilizados sin ambas organizaciones no liman sus diferencias. Sus actuales esfuerzos en esta dirección suscitan más incertidumbres que certezas por sus precedentes de reiterado incumplimiento. Adoptar un acuerdo simbólico de unidad nacional será insuficiente si mantienen distintas líneas estratégicas. Dicho de otro modo, sin una estrategia común, la parte palestina, la más débil en la ecuación del conflicto, no llegará muy lejos.
 
Ante el bloqueo israelo-palestino para reanudar las negociaciones y alcanzar un acuerdo, cabe interrogarse por otros actores en la escena regional e internacional. El mundo árabe está actualmente centrado en sus problemas internos; y desde la Cumbre de Beirut (2002) no ha lanzado ninguna otra iniciativa. A su vez, la UE no está menos inmersa en los suyos, junto a las limitaciones de su acción exterior reducida en este terreno más a secundar a EEUU que a complementarlo o contrapesarlo. De modo que la mayoría de las miradas se dirigen a Washington, con la expectativa de que durante su segundo mandato el presidente Obama despliegue una mayor firmeza en su intermediación. No es su único problema en la región, ni siempre es considerado el prioritario.
Muchos analistas otorgan mayor primacía al programa nuclear iraní e incluso al conflicto sirio. La visita de Obama a la región no estuvo acompañada de una nueva iniciativa como se especulaba (marzo 2013). Además de reafirmar la alianza entre EEUU e Israel y suavizar las tensiones con Netanyahu, el presidente estadounidense pidió a las partes que retomaran las negociaciones sin precondiciones. Pero la experiencia muestra sobradamente que no es por falta de iniciativas y de reiteradas negociaciones por lo que ha fracasado el proceso de paz. El problema está en otro sitio y es conocido: la asimetría de poder entre las partes, el incumplimiento por la parte más fuerte de los acuerdos y su violación del Derecho Internacional, unido a la connivencia del actor exterior más influyente.
 
En síntesis, será necesario algo más que un nuevo intento negociador para rebasar la actual parálisis del conflicto. Parafraseando a Einstein, no se puede resolver un problema con el mismo pensamiento que se tenía cuando se creó, ni se puede obtener un resultado distinto haciendo siempre lo mismo. Sólo un nuevo enfoque, que tome como referencia ineludible el Derecho Internacional (y no sólo el poder o, en este caso, su asimetría), podrá avanzar en la resolución de este prolongado conflicto. Pero, de momento, no se vislumbra este escenario.
 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares