Secuestrados en Siria
Aunque se produjo hace ya tres meses, el secuestro de los periodistass Javier Espinosa (El Mundo) y Ricardo García Vilanova (fotógrafo freelance) no se ha hecho público hasta hace unos días. También Marc Marginedas (El Periódico) está en manos de grupos islamistas desde hace varios meses. Reproduzco el texto que han firmado varios periodistas -"Pedimos la paz y la palabra"- que trabajan en la zona deseando su pronta liberación.
"Siria es el
país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. Desde el inicio de la
guerra, más de 55 informadores han sido asesinados y cerca de 40 secuestrados o
detenidos. Desde que el ISIL (Estado Islámico de Irak y Levante)- grupo
vinculado a Al Qaeda- apareció en escena en el último medio año, informar sobre
el terreno es prácticamente imposible. Los periodistas no somos bienvenidos
como ellos mismos han manifestado a través de diferentes redes sociales y
medios de comunicación.
Ricardo
García Vilanova, Javier Espinosa y Marc Marginedas eran conocedores de todos
estos peligros y asumían el riesgo que corrían. No por ello dejaron de viajar
al país árabe para seguir informando. Cuando el mundo desconocía lo que ocurría
dentro de Siria, ellos decidieron adentrarse donde ningún occidental había
llegado, aún a sabiendas de que estaban poniendo en riesgo su propia vida. En
ese momento, el régimen de Bachar Al Assad perseguía a todo aquel que informase
sobre lo que acontecía. Lo siguieron haciendo cuando las amenazas provenían del
bando rebelde hoy fragmentado en numerosas facciones, algunas de ellas
pertenecientes a Al Qaeda. No son militantes, son periodistas que creen en algo
tan necesario como cada vez menos común en este oficio de contar historias:
estar en primera línea, en el lugar donde suceden las peores cosas de una
guerra. Los tres representan el compromiso, la honestidad y el rigor. Unos
valores en decadencia en nuestra profesión.
Hoy, su
actitud y ejemplo, se han vuelto del revés. Hoy toca convertirles en
protagonistas para que alguien entienda que con ellos se han equivocado, que no
son espías. Que son sólo periodistas. O para explicarle a quienes los tienen,
que los secuestros no sirven más que para correr un velo negro sobre lo que
sucede en el terreno. Que tras su secuestro, nadie querrá ir allí a entender lo
que sucede.
Todos ellos
tenían instinto de reporteros. Periodismo en vena más allá de trabajar para la
plantilla de un medio –caso de Marc para El Periódico o Javier para El Mundo- o
ejercer como freelance. Ricardo, a pesar de no contar con ningún aval y de
tener que lidiar a diario con la tendencia hiperprotectora con la que los
medios gestionan sus encargos, siguió haciendo coberturas sin esperar a que se
las solicitasen. Sólo entendía la noticia donde suceden las cosas y la vivía de
cerca, desde dentro, siempre pegado a su gran angular. Al margen de intereses
corporativos o políticos.
En uno de
sus primeros viajes a Siria, Ricardo recibió una misión por parte de una
anciana de Sermen. Su nieto de 15 años acababa de morir por el disparo de un
tanque del régimen. Mientras lo enterraba, entre lágrimas, tomó las manos del
fotoperiodista. Se las besó y le pidió: ‘Cuenta al mundo cómo nos están matando’.
Desde ese día, cada vez que pulsa el botón, lo hace para devolver un trocito de
vida a quienes viven rodeados de muerte.

Los que
conocemos a Ricardo, sabemos que no va a gustarle nada todo este revuelo. Es un
tipo discreto hasta la extenuación. No protesta; no critica; no dice nunca una
palabra de más. Sólo actúa. Y lo hace con una fotografía tan subjetiva y
extrema, que ante ella no se puede pasar página. Te obliga a detenerte. A
observar y pensar. Dicen que los artistas se alimentan del aplauso. Ricardo es
un artesano. Un pintor de historias. En sus fotografías, cinceladas con una
sensibilidad fuera de lo común, se escuchan los llantos, se oyen las bombas, se
huele la sangre y se encoge el alma. Hombre de pocas palabras, poco dado al
espectáculo del valor y el reconocimiento, puede decirse que es la antítesis de
la modernidad.
Plácid
García Planas, compañero que ha tomado muchos cafés en las terrazas de
Barcelona con Ricardo, nos lo dijo al principio de todo esto: “Ricardo es
tan buena persona que no parece periodista”. Quizá por eso acabó haciendo
tan buenas migas con Javier Espinosa y comenzaron a viajar juntos. Javier
Espinosa, otro ejemplo de esos que, con su discreción y sencillez, dan
lecciones de periodismo y vida al tiempo que con una sonrisa nos hacen
chiquitos y aprendices a todos los demás.
Ninguno de
los dos es un kamikaze ni un suicida. No buscan el riesgo por el riesgo ni la
adrenalina, no asumen ni un peligro más de los ya abundantes y estrictamente
necesarios para contar lo que en un momento determinado hay que contar desde
donde hay que contarlo. Los dos sabían perfectamente dónde se metían y eran
conscientes de lo que estaban haciendo, cómo lo estaban haciendo y lo que les
podía suceder. Porque lo sabían, porque ambos ya han vivido situaciones
similares en el pasado y nunca tiraron la toalla, toca respetarlos aún más.
Marc Marginedas
entiende el periodismo como un acto de libertad absoluto. Como un
ejercicio de determinación destinado a cruzar los convencionalismos y
contar historias de personas, historias asidas a la calle que demandan una alta
dosis de polvo en los zapatos. Es terco. Nada jamás le ha detenido. Ni
las fronteras que los hombres dibujan para encadenar aquello que en realidad
les hace humanos; ni los remilgos de aquellos que cultivan la censura ni la
mediocridad de quienes gestionan los medios y consideran que la información
internacional es un producto caro y de bajo rendimiento e el que o merece la
pena gastar. Contra todo lucha desde hace años, comprometido y convencido de
que hay miles de historias que contar, pero que si no hay nadie que las narre,
es como si en realidad no existieran.
El secuestro
de Ricardo y de Javier, como el de Marc o el de James Foley, Austin Tice,
Didier Françoise, Edouard Elias, Pierre Torres, Nicolas Henin, Bashar Kadumi,
Samir Kassab, Ishak Mokhtar, Magnus Falkehed o Niclas Hammarström y
el de los demás periodistas que cubrían la guerra siria hasta que alguien
decidió taparles la boca no sólo va contra ellos, va contra la posibilidad de
que los ciudadanos del mundo sepan lo que está pasando. Se llama libertad de
prensa y en última instancia, democracia.
Es
importante que sigan existiendo unas reglas que le permitan al mundo saber lo
que sucede en las guerras. Por eso, pero sobre todo porque les esperan sus
familias y sus amigos".
Comentarios
Publicar un comentario