El dilema de Obama
Ayer publiqué en El Correo, y en otras cabeceras del grupo Vocento, esta tribuna dedicada a la política de EEUU hacia Siria. Espero que sea de vuestro interés.
Durante dos años y medio Siria se ha despeñado por el abismo
de la guerra sin que la comunidad internacional se decidiese a tomar cartas en
el asunto. Estados Unidos y el resto de los países occidentales se contentaron
con dar un respaldo simbólico a la oposición siria, pero sin llegar a armar a
los rebeldes. Rusia, Irán y Hezbollah, por el contrario, no dudaron en acudir
al rescate del régimen prestando una ayuda vital que sirvió para mantenerle a
flote. A su vez, Arabia Saudí, Catar y Turquía apoyaron, respectivamente, a las
facciones salafistas, a los Hermanos Musulmanes y al Ejército Libre Sirio.
El resultado es conocido por todos. Más de 100.000 muertos,
dos millones de refugiados en los países del entorno y otros cuatro millones de
desplazados internos. Una catástrofe humanitaria de gran magnitud provocada ante
todo por la inacción de la comunidad internacional, pero también por la
injerencia de los actores regionales, más interesados en desestabilizar el país
que en encontrar una salida al conflicto. La estrategia estadounidense de la
contención, basada en que el conflicto no salpicara a los países vecinos, ha
fracasado de manera estrepitosa puesto que el conflicto ha desbordado las
fronteras sirias para contagiar al conjunto de Oriente Medio.
Aunque pudiera parecer que el empleo de armas químicas el
pasado 21 de agosto hubiese marcado un punto de inflexión, la realidad es bien
distinta. Estas han sido ya empleadas a pequeña escala en un centenar de
ocasiones sin que nadie se rasgase las vestiduras. Ahora, el presidente Barack
Obama considera que se han sobrepasado las líneas rojas que marcara hace un año
y que debe darse una respuesta contundente para evitar que el régimen sirio vuelva
a las andadas. De permanecer con los brazos cruzados, alega, se establecería un
precedente que podría ser empleado en un futuro por otros Estados canallas como
Irán o Corea del Norte.
No obstante, no está claro que un eventual ataque unilateral
norteamericano contra Siria consiga hacer entrar en razón al régimen. Un golpe
preventivo podría deteriorar aún más la situación, puesto que podría
desencadenar una respuesta imprevisible por parte de un régimen que ha dado
sobradas muestras de su brutalidad en estos últimos dos años y medio. La
indefensa población civil podría convertirse en blanco de su ira. Tampoco
debería descartarse la entrada en escena de Irán o de Hezbollah, que disponen
de los medios necesarios para desestabilizar la región, como han demostrado en
el pasado.
Así las cosas cabe preguntarse qué busca realmente Obama
cuando habla de un ataque limitado contra el régimen sirio. Más allá de las
razones invocadas en estos días parece claro que Estados Unidos pretende
debilitar a Bachar al-Asad sin fortalecer con ello a la heterogénea oposición
siria. El propósito sería impedir que el régimen afiance su posición y siga
recuperando terreno, como viene haciendo en el curso de los últimos meses, pero
sin allanar el camino a una victoria de los rebeldes. Obama no pretende derribar
al régimen sirio, sino perpetuar el conflicto para castigar a Siria, un estado
con el que Estados Unidos siempre ha mantenido unas relaciones conflictivas.
En este sentido debe tenerse en cuenta que Siria siempre ha sido
una piedra en el zapato en las políticas de Washington en la región. Durante la
Guerra Fría, Damasco se alineó con Moscú con el que firmó un Tratado de Amistad
y Cooperación que permitía el despliegue de la flota soviética en la basa naval
de Lataquia. Tras el inicio del proceso de paz de Oriente Medio, el régimen
ofreció su apoyo a los movimientos palestinos Hamás y Yihad Islámica para que
lo torpedearan. En 2003, tras la invasión de Irak, el-Asad no dudó en abrir sus
fronteras para los yihadistas que acudían al país ocupado a combatir a los
‘nuevos cruzados’. Si a ello le sumamos la activa implicación de la CIA en el
golpe militar que llevó al general Hosni Zaim al poder en 1949 podremos
entender la profunda animadversión y desconfianza que existe entre ambos
países.
Los sucesivos titubeos del presidente Obama a la hora de
autorizar el ataque contra Siria, amén de erosionar su dañada credibilidad,
obedecen a la ausencia de alternativas sólidas al presidente Bachar el-Asad. Si
su régimen se desmoronase podría crearse un vacío político que ninguna de las
fuerzas de la heterogénea y dividida oposición parece capaz de llenar. Precisamente
uno de los principales temores de la Casa Blanca es que el país se hunda en una
cruenta guerra civil o, aún peor, en un conflicto confesional de incierta
duracion. En dicho caso, la unidad del país no estaría plenamente garantizada.
Los residuos del régimen intentarían agrupar a la minoría alawí en la franja
costera, mientras que los kurdos, que representan una décima parte de la
población, intentarían establecer un pseudo-Estado en el noreste, emulando el
modelo iraquí.
Mientras persistan todas estas interrogantes, Washington podría
inclinarse por prolongar indefinidammente el conflicto y mantener el statu quo
actual actuando para que ninguna de las partes se haga lo suficientemente
fuerte como para imponerse a su adversario. Es en este marco en el que debe
contemplarse cualquier futura acción militar estadounidense, que
previsiblemente se limitará a golpear algunos lugares estratégicos del régimen,
porque lo que aconseja la realpolitik, como en la guerra irano-iraquí de los
ochenta, es prolongar el conflicto y no resolverlo.
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