Oslo 1993
Lo prometido es deuda. Hoy se cumple el 20 aniversario de la firma del Acuerdo de Oslo en la Casa Blanca. No sé si mucha gente se acordará. Yo terminaba ese mismo año la licenciatura de Filología Árabe y preparaba las maletas para irme a vivir a Damasco. Esta es el artículo que he preparado sobre el tema para el diario El Correo.
El 13 de septiembre de 1993 palestinos e israelíes firmaron
el Acuerdo de Oslo con el que pretendían resolver el largo conflicto que los
enfrentaba. Desde entonces han transcurrido dos décadas. La primera reflexión
que pueda plantearse es que se trata de demasiado proceso para tan poca paz. A
día de hoy, la posibilidad de lograr un acuerdo definitivo que aborde las
espinosas cuestiones de Jerusalén, los asentamientos, las fronteras y los
refugiados todavía parece lejana, dadas las diferencias abismales entre las
posiciones del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el presidente
palestino Mahmud Abbas.
El conflicto palestino-israelí ha vivido distintas fases
desde la ocupación de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este en 1967. Tras 25 años
de enfrentamiento, Israel y la Organización para la Liberación de Palestina
acordaron negociar una solución pacífica del conflicto en 1993. Oslo establecía
que la autonomía no debería durar más de cinco años, tras los cuales se
alcanzaría un acuerdo sobre el estatuto final del Territorio Ocupado. Desde un
primer momento, el acuerdo chocó con fuertes resistencias tanto en la escena
palestina como en la israelí. Los sectores radicales de ambos bandos hicieron
todo lo posible por torpedear las negociaciones, no dudando en recurrir a la
violencia y el terrorismo para minar el proceso de paz.
No sólo fracasaron las conversaciones de Camp David, sino
que también los calendarios fijados por la Hoja de Ruta y la Conferencia de
Anápolis fueron ignorados. El pasado 30 de julio la Casa Blanca anunció a bombo
y platillo la enésima vuelta de tuerca del proceso de paz y dio un plazo de
nueve meses a palestinos e israelíes para que alcancen un acuerdo definitivo.
No hace falta ser un adivino para vaticinar que, una vez más, las negociaciones
no llegarán a buen puerto. El fracaso del proceso de paz evidencia que Israel,
la potencia ocupante, no puede fijar la extensión de la retirada ni marcar el
ritmo del proceso de paz. Las negociaciones deben retornar al marco de las
Naciones Unidas ante la escasa disposición de Estados Unidos a presionar a
Israel para que acate la legalidad internacional.

Mientras el tiempo pasa, las políticas de hechos consumados
dejan cada vez menos margen de maniobra para alcanzar una solución negociada.
Cisjordania tiene una extensión de 5.600 km² y dos millones y medio de
habitantes palestinos. Desde que fuera ocupada en 1967, Israel ha construido
sobre ella 161 asentamientos que albergan a 550.000 colonos. Estas colonias,
eufemísticamente denominadas ‘comunidades’ por Israel, ocupan más de 300 km²,
lo que sumado a los 1.175 km² de las zonas militares cerradas, representan 1.500
km². De otra parte, el muro de separación, cuya construcción se inició en 2002,
ha dejado otro décima parte de su territorio bajo control israelí. Por todo
ello no parece factible el establecimiento de un Estado viable en los pequeños
islotes que aún controla la Autoridad Palestina.
Si la política israelí de hechos consumados ha convertido a
las zonas autónomas palestinas en un archipiélago rodeado de un mar de
asentamientos, carreteras de circunvalación y controles militares, la situación
de la Franja de Gaza no es mejor. Desde la victoria electoral de Hamas en 2006,
esta estrecha franja mediterránea ha estado expuesta a un intenso bloqueo por
tierra, mar y aire. Las operaciones militares y la política de castigos
colectivos israelíes han provocado el desabastecimiento de productos de primera
necesidad y colocado a su población en una situación de emergencia humanitaria.
Hoy en día, un 85 por 100 de sus habitantes vive de la ayuda internacional.
El bloqueo de Gaza, la construcción del muro de separación
en Cisjordania y la judaización intensiva de Jerusalén Este han acentuado la
sensación de que la solución de los dos Estados podría diluirse para siempre.
Las opciones sobre la mesa no son demasiado halagüeñas: el mantenimiento del ‘statu
quo’ beneficia a Israel, que puede seguir modificando la situación sobre el
terreno a su favor. La proclamación unilateral de un Estado palestino cuenta
con un vasto respaldo de la comunidad internacional, pero no resuelve por sí
sola el futuro de Jerusalén Este, la delimitación de las fronteras y el destino
de los refugiados. En este contexto, la disolución de la Autoridad Palestina gana
cada día más enteros, ya que colocaría a Israel ante la tesitura de asumir la
administración de la población ocupada, lo que conllevaría elevados costes
tanto en términos materiales como humanos que no parece dispuesta a asumir.
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