¿Otoño islamista?

Uno de los temas recurrentes de estos últimos meses ha sido la idea de que la primavera democrática árabe iba a ser reemplazada por un otoño islamista. Khalil al Anani, profesor de la Universidad de Durham y autor del blog Islamists Today, revisa en su artículo "La religión en la era post-revolucionaria", publicado en el número 32 de la revista Afkar-Ideas, algunos de los mitos de las revueltas árabes, entre ellos la ausencia de los islamistas de las movilizaciones populares.

"Para muchos analistas occidentales, y también árabes, han sido los jóvenes los que han desatado la Primavera Árabe. Sin embargo, no se puede dar por sentado que estos jóvenes activistas eran todos  liberales y laicistas. Es verdad que la mayoría de los manifestantes en las calles árabes no han adoptado ninguna ideología religiosa ni defendido la creación de un Estado islámico, pero tampoco han exigido un Estado laico.

Otra idea engañosa sobre la Primavera Árabe es la tendencia a infravalorar el papel de los islamistas. Es un hecho conocido que los islamistas no participaron, o al menos no animaron las protestas contra Ben Ali y Mubarak. Sin embargo, un análisis más minucioso revela lo contrario. Por ejemplo, en Egipto, muchas de las corrientes islamistas estaban presentes en la plaza Tahrir, tímidamente al principio y luego con todas sus fuerzas. Una vez que los islamistas (que suelen ser el chivo expiatorio de los regímenes despóticos) se dieron cuenta de que lo que estaba pasando era más que una manifestación, instaron a los suyos a unirse a la batalla.
Los islamistas se decantaron sabiamente por mantenerse en un segundo plano durante las revoluciones árabes. Sin embargo, esto se debió a razones principalmente tácticas. La primera era atenuar la fobia occidental hacia las revueltas islamistas. Habían aprendido la lección argelina de principios de la década de los noventa, cuando el régimen abortó la victoria electoral de los islamistas y ejerció una represión brutal sin que hubiera una respuesta de Occidente, que no hizo nada para detener ese golpe de Estado. La segunda era evitar la represión del régimen. Los islamistas en Túnez y Egipto estaban seguros de que cualquier participación en las manifestaciones podría dar lugar a una auténtica masacre. Por consiguiente, evitaron deliberadamente todos los eslóganes religiosos y los gritos a favor de un Estado islámico. Y, por último, era clave para el éxito de la Primavera Árabe que los islamistas se sentaran en el asiento de atrás de las revueltas hasta que los regímenes autocráticos fueran derrocados.

Lo que es más importante, la participación en las revoluciones árabes no se limitó a una facción islamista. En Egipto, por ejemplo, la plaza Tahrir estaba llena de miembros de los Hermanos Musulmanes, antiguos yihadistas, salafistas e islamistas independientes. En Túnez, la base popular del movimiento Ennahda participó en la revolución. En Libia, Abdel Hakim Belhaj, un antiguo yihadista y fundador del Grupo Islámico Combatiente Libio, lideró el asalto final contra Trípoli, lo cual no deja de ser irónico. En Yemen y Siria, los Hermanos Musulmanes desempeñan un papel crucial en las protestas contra los regímenes de Alí Abdulá Saleh y Bashar al Assad, respectivamente. Es más, en Egipto, así como en Túnez y Libia, los jóvenes revolucionarios han alabado a los islamistas por salvaguardar las revoluciones árabes en épocas difíciles, cuando los regímenes autocráticos se aferraban con todas sus fuerzas al poder.

El mito de la ‘Primavera islamista’
A pesar de la euforia de la Primavera Árabe, muchos académicos y analistas han manifestado su nerviosismo y preocupación por la posible reaparición de los islamistas en el mundo árabe. Su avance en Túnez y Egipto ha reforzado la famosa idea de la “Primavera Islamista”. Irónicamente, los políticos occidentales no comparten este sentimiento, probablemente porque tienen que aceptar la nueva realidad que se impone en la región. Sin embargo, el razonamiento de aquellos a los que les preocupa el resurgimiento de los islamistas parece infundado, si no irrelevante. Invoca al viejo “coco” islamista, que ha sido creado y adoptado por los dictadores derrocados, Ben Ali, Mubarak y Gadafi.

Es verdad que los islamistas, por motivos históricos y de organización, son la fuerza más coordinada y politizada en el mundo árabe, pero esto no hace que su ascenso sea inevitable. A diferencia de aquellos que percibieron la victoria del partido Ennahda en Túnez como una amenaza islámica, creo que estuvo por debajo de las expectativas. Es cierto que Ennahda obtuvo aproximadamente el 40% de los escaños de la Asamblea Constituyente pero, dadas sus altas expectativas antes de las elecciones, esta victoria parece modesta, si no decepcionante. Sin embargo, la otra cara de este triunfo es que aproximadamente un 60% de los tunecinos no están con Ennahda, o están contra. Es más, su reaparición eclipsó los otros aspectos de la exitosa transición tunecina, que puede considerarse única y fuera de lo común en el mundo árabe.

Además, este mito del auge de los islamistas desluce los cambios masivos que están teniendo lugar dentro de los movimientos islamistas en el mundo árabe. Por ejemplo, los islamistas en Egipto no son por ahora monolíticos, sino que, al contrario, están divididos, fragmentados, y hasta cierto punto enemistados. La fase posterior a la revolución del 25 enero desencadenó una especie de “explosión” en la escena islamista egipcia. La participación política se ha convertido ahora en el camino preferido para la mayoría de los miembros de los grupos y tendencias islamistas, incluidos aquellos que anteriormente rechazaban y, tal vez, condenaban la participación política y la actividad de los partidos políticos por razones religiosas e ideológicas.

Por otro lado, muchos salafistas y antiguos yihadistas consideran que la participación democrática es la mejor vía para promover sus proyectos religiosos y políticos y para obtener legitimidad en la esfera pública. Mientras tanto, por primera vez en su historia, los Hermanos Musulmanes han fundado un partido político. A pesar de las muchas reservas que se han manifestado con respecto a la falta de transparencia que rodeó la creación del Partido Libertad y Justicia, sigue siendo un paso decisivo para integrar a los Hermanos Musulmanes en la vida política. Los salafistas, a su vez, han fundado tres nuevos partidos hasta el momento: Al Nour (Luz), Al Asala (Autenticidad) y Al Fadila (Virtud). Y hay muchas probabilidades de que haya nuevos partidos salafistas, sobre todo teniendo en cuenta la considerable fluidez que caracteriza esta tendencia en la actualidad. Pero puede que lo que más sorprendente sea el movimiento antiguamente yihadista (Al Yamaa Al Islamiya y la Yihad egipcia), cuyos líderes también se inclinan ahora por participar en la política bajo la égida de un partido político.

¿Qué significa todo esto? Significa que los islamistas, a pesar de todo lo que se ha dicho sobre su poder e influencia, están listos para el cambio, y van a cambiar. Sin embargo, la característica más llamativa de este cambio es el estallido de dinamismo y conflictos internos después de décadas de estancamiento organizativo y generacional. Es como si la revolución hubiera reventado una especie de dique, y desencadenado nuevas energías revitalizadoras que tratan de reestructurar y reordenar los movimientos y que pueden aflorar en forma de disputas y divisiones. Por ejemplo, los Hermanos Musulmanes, el movimiento islamista más antiguo del mundo árabe, ha presenciado divisiones históricas entre las generaciones más viejas y las más jóvenes. Hasta el momento, cuatro partidos han surgido del grupo de más edad y muchos líderes veteranos han abandonado el movimiento en protesta por su política".

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