Siria, ¿última parada de las revoluciones árabes?

Ayer debería haber comenzado la retirada de las tropas sirias de las ciudades alzadas. La realidad ha sido bien distinta, ya que el régimen ha asesinado a más de un centenar de personas dejando claro que no está dispuesto a respetar el Plan Anan para poner fin a la crisis siria. Diagonal publica un nuevo artículo de Santiago Alba Rico sobre el asunto titulado: "Siria, ¿última parada de las revoluciones árabes?".
"Cuando se cumple un año del comienzo de las revueltas árabes y el optimismo inicial parece descarrilar en medio de toda clase de incertidumbres, podemos al menos señalar los dos obstáculos estructurales que se han interpuesto en su camino: el hecho de que se trate de levantamientos populares extemporáneos y fuera de lugar. Desencadenados a destiempo, con 200 años de retraso o 200 de anticipo, reclaman democracia cuando la democracia está en retroceso en todo el mundo. Desencadenados en el lugar equivocado, sacuden el “equilibrio” de la zona del planeta donde se concentran más tensiones y más intereses internacionales. Su valentía y su tragedia revelan muy bien, en cualquier caso, los bastidores del nuevo orden mundial.

Túnez, pequeño y homogéneo, pudo derrocar a Ben Ali con un coste relativamente bajo en vidas humanas y convertirse hoy en el laboratorio de un nuevo orden regional, con fuerzas islamistas moderadas en el gobierno que negocian con la UE y EE UU. En el otro lado, la heroica revolución de Bahréin debía ser cortada de raíz, incluso mediante una intervención militar saudí, porque Hamed Al-Khalifa es un aliado fundamental del reaccionario Consejo de Cooperación del Golfo y alberga en sus costas la V Flota estadounidense. Entre estos dos casos extremos y contrarios, la suerte de las revoluciones en Libia, Egipto y Yemen ha estado marcada por las distintas modalidades de intervención extranjera, según la relación de fuerzas internas y el rol geoestratégico de cada uno de estos países.

El caso de Siria es el más doloroso. Tan legítima y espontánea como la de sus hermanos árabes, su revolución democrática contra 40 años de dictadura parece amenazar el orden regional y la paz mundial y resucitar el fantasma de la Guerra Fría. Su insistencia heroica frente a la represión ha activado la intervención de toda una serie de potencias y subpotencias que tratan de explotar o anular el movimiento popular sin alterar de manera significativa el “equilibrio” de las últimas décadas. El sostén al régimen por parte de China, Rusia, Irán e Hizbulá se yuxtapone –más que oponerse– al interés de Israel, EE UU, la UE, Turquía y los países del Golfo en erosionar la dictadura en su provecho, pero evitando una verdadera democratización del país y una guerra a gran escala. El resultado es un callejón sin salida cuya agónica prolongación está generando ya cinco efectos muy negativos:

1. EL AUMENTO de la represión criminal de un régimen que se sabe impune y que está dispuesto a utilizar todos los medios militares y policiales contra la revolución, desde los bombardeos de barrios enteros -como ha ocurrido en Homs, Idlib o Hama- hasta la tortura y ejecución de cientos de opositores.

2. LA MILITARIZACIÓN creciente e inevitable de la revolución, con el consiguiente riesgo de un conflicto civil armado en el que los automatismos de la venganza, con los crímenes que van aparejados, se antepongan a cualquier lógica de orden político y de integración nacional.

3. LA SECTARIZACIÓN de las tensiones a escala local y global al mismo tiempo, como parte de una estrategia en la que convergen tanto el régimen de Al-Asad en el interior como Irán y Arabia Saudí en el exterior, dos dictaduras enfrentadas en una sorda guerra regional destinada a agravar el conflicto sunnismo/chíismo que la común resistencia antiisraelí había suspendido en Palestina y que la invasión estadounidense había reactivado en Iraq. Esta sectarización amenaza no sólo el curso de la revolución siria, sino el impulso ecuménico y democrático de la llamada Primavera Árabe.

4. LA DIVISIÓN creciente en el seno de la oposición al régimen, con un Consejo Nacional Sirio incapaz de obtener algún éxito diplomático en el exterior ni de coordinar la lucha en el interior y que se enfrenta además a la Coordinadora Nacional por el Cambio Democrático, la coalición encabezada por Haythem Manaa, más izquierdista, contraria a toda intervención extranjera. Esta división se refleja en los barrios y ciudades de Siria, cuyas Coordinadoras Locales, que siguen convocando manifestaciones pacíficas todos los días, confían ya más en el Ejército Libre de Siria que en las fuerzas políticas que deberían representarlas.

5. LA DIVISIÓN creciente en el seno de las izquierdas árabes. Lo que no ocurrió con Libia, a pesar de la intervención militar de la OTAN, es ya un hecho en relación con Siria: el conflicto ideológico entre un sector que considera la dictadura de Al-Asad un obstáculo en el camino del imperialismo, de la ocupación sionista de Palestina y del islamismo; y otro que denuncia esa pretensión como puramente retórica y que, en cualquier caso, apoya el derecho del pueblo sirio a luchar por la libertad, la dignidad y la justicia social, igual que los otros países hermanos. Esta fractura –prolongación de la que se había producido antes a nivel mundial– amenaza también el neopanarabismo democrático y progresista que la llamada Primavera Árabe había movilizado tras décadas de retroceso y divisiones en el seno de la izquierda regional.

¿Está Siria condenada a convertirse en la última parada de las revoluciones árabes y en la primera de una secuencia fatal de retrocesos islamistas y sectarios, guerras regionales y derrotas antiimperialistas? Como escribe Elias Khoury, la revolución siria no tiene “vuelta atrás”; no se puede recongelar Siria y la “parálisis” actual es el resultado, entre otros factores, de la presión heroica de un pueblo despertado a la vida al que después de un año no se ha podido derrotar. Si algo demostró la experiencia de Túnez y el seísmo que la siguió, es que una “estabilidad” basada en la humillación de las poblaciones está siempre a punto de quebrarse; y que es justo que se quiebre, con independencia de sus resultados.

Hoy sabemos que, en Siria y en el resto del mundo árabe, el proceso será largo, sinuoso, tormentoso, pero que –cito al sindicalista jordano Hisham Bustani– “romper la maldición del miedo, adquirir conciencia del poder popular, tomar las calles sin temor y derrocar a los que han sido presidentes por demasiado tiempo pagando el precio de la sangre por la liberación, la dignidad, los derechos fundamentales, la justicia social y la participación política, todo ello constituye un gran paso adelante”. En contra de los que defienden el principio abstracto de no-injerencia, el hecho es que todas las fuerzas imaginables están ya interviniendo sobre el terreno o sobre el discurso. No menos la izquierda. Y de la posición que ella tome dependerá también el curso de los acontecimientos".

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