Egipto, sin rumbo

Hace unos días escribí esta reflexión para el diario El Correo sobre los resultados de la primera ronda de las elecciones egipcias. Ahora lo recupero.

"Mubarak abandonó la escena política egipcia hace ya quince meses. El vacío político que dejó no ha sido llenado todavía debido a los frecuentes desencuentros entre los políticos y los militares, lo que explica la errática transición en la que está inmerso el país más poblado e influyente del mundo árabe.

Si alguna cosa ha dejado clara la primera ronda de las elecciones presidenciales es que el futuro presidente de la república no comulgará con los ideales de la revolución de Tahrir. Los dos candidatos más votados, y que pasarán a la siguiente ronda, son precisamente representantes de la política tradicional: el exprimer ministro Ahmad Shafiq y el islamista Muhamad Mursi. El primero es considerado un remanente de la época mubarakista y el segundo un fiel defensor del conservadurismo socio-religioso de los Hermanos Musulmanes. Ninguno de ellos tiene simpatía por la revolución de Tahrir y ambos aspiran a monopolizar el poder político, el primero para adoptar una política continuista acorde con los planes de la Junta Militar y el segundo para acelerar el proceso de islamización de la sociedad egipcia.
 
Los resultados han causado sorpresa, cuando no perplejidad, ya que los candidatos mejor posicionados en las encuestas –el islamista moderado Abul Futuh y el laico Amru Musa- han quedado, respectivamente, en cuarto y quinto lugar obteniendo menos del 30 por 100 de los votos. Igualmente sorprendente ha sido la irrupción de Hamden Sabahi, de la izquierda naserista, que ha obtenido el 22 por ciento de los votos y se ha impuesto en las dos principales ciudades del país: El Cairo y Alejandría. Estos tres candidatos, mucho más próximos al espíritu de Tahrir, han obtenido un 51 por 100 de los votos (un 3,4 más que los dos candidatos del ‘establishment’).

La lectura más acuciante es que, como ocurriera en las pasadas elecciones legislativas, el voto de los sectores más progresistas y próximos al movimiento de Tahrir se ha fragmentado, lo que ha provocado que ninguno de sus candidatos haya sido capaz de pasar a la segunda vuelta de las presidenciales. Esta circunstancia podría llevar a buena parte del electorado a dar la espalda a las urnas el 16 y 17 de junio, ya que no parece probable que opten ni por Shafiq, considerado un residuo (fulul) del antiguo régimen, ni tampoco por Mursi, que ni tan siquiera esconde su agenda islamista. Esto podría traducirse en una elevada abstención (la registrada el 23 y 24 de mayo ya fue del 53,6 por 100).

La victoria de los dos candidatos más extremos y la derrota de los más pragmáticos obedece a diversas razones. De una parte, Shafiq ha sabido aglutinar a todos los sectores sociales, económicos y políticos que añoran la estabilidad existente en la época de Mubarak. De otra parte, Mursi ha atraído los votos de los simpatizantes tradicionales de los Hermanos Musulmanes (aunque su escaso carisma se haya traducido en una sangría de votos con respecto a las elecciones legislativas: 5.553.097 frente a los 10.138.134). Otro factor a tener en cuenta es la fatiga popular ante las incertidumbres de esta fase de transición, que podría haber llevado a buena parte de la población a votar por fórmulas políticas ya conocidas porque las identifican como las mejor posicionadas para devolver la estabilidad al país y normalizar la situación.

El nombre del futuro presidente egipcio dependerá de la capacidad de los candidatos para atraer el voto de los desencantados. Como ya hemos señalado anteriormente es altamente improbable que los jóvenes de Tahrir y las fuerzas revolucionarias apoyen a ninguno de los dos candidatos. Por otra parte es bastante factible que la minoría copta se incline por la candidatura de Shafiq, al considerar que defenderá a las minorías confesionales musulmanes y evitará la imposición de la ‘sharia’. La clave, probablemente, radique en el voto salafista. Debe tenerse en cuenta que la principal sorpresa de las elecciones legislativas fue la irrupción del salafista Al-Nur, que cosechó un 25 por 100 de los sufragios con más de 7,5 millones de votos. Tras la descalificación de su candidato presidencial, buena parte de los salafistas apoyó la candidatura del islamista moderado Abul Futuh. No debería descartarse que los salafistas, que compiten abiertamente con los Hermanos Musulmanes por erigirse como primera fuerza política islamista, opten por acercarse a Shafiq, siempre que éste esté dispuesto a aceptar parte de su programa basado en la defensa del puritanismo religioso y en el combate del laicismo.

Por último cabe señalar que Ahmad Shafiq y Muhamad Mursi despiertan igual recelo entre importantes sectores de la sociedad egipcia. La elección de Shafiq enterraría definitivamente la revolución de Tahrir y consolidaría el poder omnímodo de la casta militar que desde 1952 dirige los destinos de Egipto (de hecho no oculta que es el candidato de la Junta Militar dirigida por el mariscal Tantawi). La elección de Mursi concentraría buena parte de los poderes en los Hermanos Musulmanes que, además de la presidencia, controlarían el Parlamento, con lo que tendrían el camino despejado para adoptar una Constitución acorde con sus postulados. En este contexto no puede descartarse un deterioro notable de la situación sobre el terreno y el retorno a las movilizaciones populares, entre otras cosas porque no termina de estar claro que los militares acepten una victoria del candidato islamista, ni tampoco puede predecirse cuál sería la reacción de los islamistas ante una victoria del candidato de los militares".

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