Dolor en Siria

De nuevo recurro al recomendable blog Traducciones de la Revolución Siria para recuperar este artículo recientemente publicado por el libanés Elías Khoury en el diario londinense Al-Quds al-Arabi con el título "El intenso dolor sirio".

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¿Acaso el objetivo de esta horrible masacre en Siria es que nos acostumbremos a la muerte abstrayendo la imagen de la víctima del dolor que padece?

No quiero escribir sobre política porque lo que hoy sucede está por delante de la política y sobrepasa toda discusión sobre el futuro del régimen o la historia del rechazo a la injerencia y las reformas. Lo que está sucediendo supone un desprecio de la dignidad de la víctima, un desprecio de su dolor y una destrucción de la imagen del ser humano que hay en nosotros.

La política ha tocado fondo y desde el fondo, la autoridad se comporta como una bestia depredadora. Una bestia que atemoriza y teme a aquellos a los que ha atemorizado, que mata y se suicida sacrificando consigo al país y destruyendo a su paso todos los valores que hacen posible vivir la vida.

Hoy no veo más que terror y destrucción: la sangre cubre la visión y la muerte se extiende por cada rincón mientras el aparato represivo lo deja todo hecho añicos. Es el momento de reflexionar sobre este estado de decadencia al que ha llegado el poder. Un poder que acaba con todo, un poder al que le dan náuseas las víctimas y él mismo, un poder que se crece en su insignificancia y se sube a la ola de sangre derramada mientras el crimen sale a borbotones de su interior.

Y aquí llega la gran pregunta que han lanzado las revueltas árabes. Es la pregunta del polvo, la pregunta de lo primero y lo último de la creación, la pregunta de las víctimas a la muerte y la pregunta de los muertos a los vivos. La pregunta del significado del que los regímenes de la dictadura durante su largo mandato han abusado antes de oscilar los significados bajo los zapatos de los asesinos.

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Cuando uno ve lo que está sucediendo, siente que está expuesto ante el flujo de las imágenes de los muertos. Lo que está sucediendo, sin lugar a dudas, es una verdadera masacre. Los cuerpos de los niños los deforman antes o después de asesinarlos, a los jóvenes los humillan antes o después de asesinarlos, las balas explotan en los cuerpos y los asesinos ocupan el tiempo para matar el tiempo.

Tanques sin ojos, ojos cegados ante la muerte, un cielo pesado como el plomo, casas que agonizan en el vacío del saqueo y un grito… Cerramos los ojos para dormir, oímos un aullido que sale de lejos de nuestros corazones, una tristeza que brota desde lo más profundo de nuestro interior nos golpea y terminamos sintiendo algo parecido al aturdimiento de los muertos en el momento de su muerte. 

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 ¿Cómo puede el régimen seguir con el juego del derramamiento de sangre sin que nada lo pare? ¿Dónde, por qué y cómo se domestican los sentimientos humanos para que el estímulo de la sangre, el rey de los instintos, acabe por convertirse en el único motor que mueve al poder a actuar?

El dictador no solo está ciego, también está sordo. Se convierte en todos para comportarse como si no fuera nadie, no ve más que su imagen. A su alrededor, el vacío se llena de él y una sensación de que él es el único señor, un señor que no necesita ni derecho ni legitimidad, porque él es la verdad absoluta, se apodera de él. Su absolutismo viene de su fuerza y su fuerza la saca del miedo de los demás. Es un temeroso que atemoriza y un señor al que domina la sensación de que está sentado sobre el resto del mundo porque él es el único ser humano. Los que están a su alrededor y bajo él son esclavos de su voluntad y su existencia se la deben solo a él.

El dictador es un poderoso que no escucha, un ser que se las da de Dios y no ve, una bestia insaciable cuya sed es infinita. Por eso, todo dictador está dominado por la histeria del poder, la locura de la grandeza y el miedo de todo. Estos mismo sentimientos y deseos los adoptan todos los miembros del aparato represivo, desde los más altos cargos hasta los más bajos.

El shabbih también da miedo y lo tiene. Se vale de su miedo para atemorizar, se apodera de los cuerpos y las almas, mata a la gente con el espíritu del cazador que se excita con la sangre de la presa y se embriaga con el espasmo de la muerte. Es un pequeño dictador que pisotea los rostros y los cuellos y siente el cansancio del vencedor y el placer del violador. Y por encima de él viene “el señor” que le pisotea a él con su zapato, mientras vemos otro zapato de que es “más señor que él” sobre su cabeza. Y asÍ se van amontonando los zapatos sobre las cabezas formando una pirámide de represión, humillación y violación.

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El exterminio no llegó con la revuelta siria que ya ha cumplido su sexto mes. La revuelta fue una reacción tardía al régimen del exterminio que comenzó hace cuatro décadas y del que los sirios y las sirias han sido continuas víctimas. El exterminio es un sistema que ha tomado de los mamelucos y de los jenízaros la mentalidad de separarse de la sociedad como un medio para aplastarla, que ha aprendido de los regímenes totalitarios su pretensión de que la dictadura es un medio para el progreso social, y que ha copiado de la ideología nacionalista la declamación sobre el enfrentamiento con el enemigo israelí.

El resultado de estas cuatro décadas ha sido horrible: la república acabó convertida en una república hereditaria, el lema del progreso se convirtió en un mero eslogan para extender el retraso y el discurso sobre el enemigo se tornó un método para apoyar la ocupación.

La nación terminó cuando el ciudadano fue asesinado, la sociedad se desintegró cuando la simple represión se convirtió en el único medio de control social y las ciudades y pueblos se convirtieron en cárceles cercadas por el miedo, el terror y el sentimiento de insignificancia.

El exterminio se convirtió en la regla y el régimen se convirtió en una fiesta de enmascaramiento de la muerte, donde la mafia económico-militar ocupó todos y cada uno de los lugares, quedando el gobierno convertido en un asunto interno de familia. Con esto, la familia gobernante se erigió como sustituta de la nación.

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La gran revolución siria ha echado abajo el umbral del dolor, esa es la gran virtud del flujo de manifestaciones teñidas de la sangre de las víctimas y los caídos. Los sirios y las sirias, con sus manos desnudas, han golpeado los muros de la gran cárcel y su grito se ha elevado desafiante. Nada les frena, ni las balas ni la cárcel. Es como si estuviéramos ante una de esas maravillas que los pueblos producen cuando deciden cambiar el rumbo de la historia.

Seis meses lleva el pueblo golpeando mientras la sangre inunda las calles y la voz de las víctimas llena el cielo del Oriente árabe. Seis meses durante los que los sirios y las sirias han dibujado un horizonte humano cuyo único título es la dignidad del individuo y el derecho del pueblo a la libertad.

Seis meses llevan los sirios marchando hacia la muerte con pasos firmes y rostros iluminados, como si fueran las víctimas de un sacrificio en aras de libertad,  víctimas que bendicen el suelo de la nación con su sangre y pintan el horizonte de los árabes con su voluntad, con su dolor y con el sufrimiento de su espíritu, que sale de las uñas que la muerte ha petrificado.

Seis meses llevan los muros de la cárcel resquebrajando con sus gritos. Sin embargo, el instrumento ciego de la muerte se ha vuelto aún más ciego y salvaje, adentrándose más y más en la dinámica de la sangre, la muerte y el exterminio.

Es este intenso dolor que brota de la voluntad de un pueblo que crea vida ante el que los árabes se arrodillan, redescubriendo que Damasco es su corazón, un corazón que late con libertad. Y con eso, comprenden que tanta sangre siria se sacrifica por la nuestra dignidad humana y recupera las naciones del fondo del estómago de la ballena del despotismo.

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