Avnery sobre la deriva israelí

Mediterráneo Sur traduce al español este artículo del activista israelí Uri Avnery: "Otra vez Weimar".

"'¡Tú y tu Weimar!' gritó una vez un amigo mío, exasperado. “Únicamente porque viviste el colapso de la República de Weimar de niño, ahora ves Weimar en todas partes”. La acusación tiene cierta razón. En 1960, durante el juicio a Eichmann, escribí un libro sobre la caída de la república alemana. El último capítulo se llamaba: “Puede ocurrir aquí”. Desde entonces he repetido esta advertencia una y otra vez.

Pero ya no estoy solo. En las últimas semanas, la palabra Weimar ha aparecido en los artículos de muchos columnistas. La democracia israelí está bajo asedio. Ya nadie puede cerrar los ojos ante esto. Es el tema principal de la Knesset, que encabeza este ataque, y en los medios de comunicación, que están entre las víctimas.

Eso no ocurre en los territorios ocupados. Allí nunca hubo democracia. Una ocupación es justo lo contrario a una democracia: la negación de todos los derechos humanos, el derecho a la vida, la libertad, el desplazamiento, el juicio justo y la expresión libre, para no hablar de los derechos nacionales.
No: yo hablo de Israel en el sentido estricto, el Israel al interior de la Línea Verde, “la única democracia de Oriente Medio”.

Los atacantes son miembros de la coalición de gobierno de Binyamin Netanyahu, entre ellos semifascistas y elementos abiertamente fascistas. Netanyahu, por su parte, intenta quedarse discretamente al fondo de la imagen, pero no se puede dudar de que es él quien ha orquestado todos los detalles.

En los dos primeros años de su coalición, los ataques eran esporádicos. Pero ahora son decididos, sistemáticos y coordinados. Los tres pilares de la democracia ―tribunales, medios y organizaciones ― sufren un asalto mortífero. En este momento, las fuerzas antidemocráticas están atacando en un amplio frente. Los tres pilares básicos de la democracia ―los tribunales, los medios de comunicación y las organizaciones de derechos humanos― están sometidos a un asalto simultáneo y mortífero (¿recordáis Weimar?).

El Tribunal Supremo es el bastión de la democracia. Israel no tiene Constitución y no hay nada capaz de poner freno a la mayoría en la Knesset. Sólo el Tribunal puede (si bien con desgana) impedir la adopción de leyes antidemocráticas. No soy un admirador ciego del Tribunal. En los territorios ocupados funciona como brazo de la ocupación, entregado a la “seguridad nacional”, dando su consentimiento a algunos de los peores incidentes. Pero en el Israel propiamente dicho es un tenaz defensor de los derechos civiles.

Los derechistas extremos en la Knesset están decididos a ponerle fin. Están encabezados por el ministro de Justicia, quien fue nombrado por Avigdor Lieberman. Está proponiendo una serie de escandalosas leyes diseñadas al efecto. Una de ellas se propone cambiar la composición del comité público que nombra a los jueces, con la nada velada intención de conseguir el nombramiento de un determinado juez derechista como miembro del Tribunal Supremo [...].
El asalto a los medios empezó hace algún tiempo, cuando el barón de los casinos norteamericano, Sheldon Adelson, un amigo cercano de Netanyahu, lanzó un diario tabloide con el propósito expreso de ayudar a Netanyahu. Se distribuye gratis y ahora tiene la mayor tirada en todo el país y amenaza la existencia de todos los demás (pero también los soborna al pasarles enormes encargos de impresión). El dinero no importa. Se gastan sumas enormes.

En 1965, el gobierno laborista aprobó una nueva ley de calumnias (llamada literalmente “ley de las malas lenguas”) que estaba claramente diseñada para ponerle un bozal a 'Haolam Hazeh', la nueva revista de gran tirada que yo dirigía y que había introducido en Israel el reportaje de investigación. Yo hice un llamamiento al público para que me enviaran a la Knesset como protesta y un 1,5 % de los votantes estaban suficientemente enfurecidos como para hacerlo.

Ahora, la banda derechista en la Knesset quiere agudizar todavía más esta ley anti-prensa. Las nuevas enmiendas conceden hasta 100.000 euros en indemnizaciones a cualquiera que asegure que ha sido perjudicado por los medios de comunicación, sin tener que demostrar siquiera este perjuicio. Para los periódicos y los canales de televisión, que ya están en una situación financiera precaria, eso significa que es mejor abandonar toda investigación periodística y toda crítica de políticos influyentes o magnates.

Los nuevos aires ya se hacen sentir. Los periodistas y directores de televisión están acobardados. Esta semana, un programa de Channel 10, considerado el más liberal, concedió cinco minutos a una canción que glorifica el fallecido 'rabino' Meir Kahane, que fue declarado fascista por el Tribunal Supremo y cuya organización ha sido prohibida por defender lo que el Supremo llamó “leyes de Nuremberg”. Un miembro confeso de esta organización, que está viva y coleando bajo otro nombre, es ahora un diputado que levanta mucha polémica en la Knesset. (¿Recordáis Weimar?).

Una amplia purga de periodistas de televisión ya está en marcha. Los directores de todos los canales de televisión están siendo reemplazados por derechistas uno por uno. Se admitía abiertamente que el gobierno obligaría a cerrar Channel 10, exigiendo las deudas no pagadas, si no se despedía a un determinado periodista. Aunque en general era cercano al 'establishment', este reportero había molestado a Netanyahu exponiendo el lujoso estilo de viajes de él y su esposa, todo a costa del Estado".

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