El fin de Bashar

Hace una semana, el diario al-Quds al-Arabi publicó un artículo de Abdel Halim Qandil con el título "El fin de Bashar". A continuación la traducción realizada por el blog Traducciones de la Revolución Siria:

"Nadie puede ignorar el enorme sufrimiento de Siria, toda la sangre que continuamente se derrama en sus ciudades y pueblos. Me llamó la atención una pancarta que sostenía un hombre en una de las manifestaciones. De alguna forma espontáneo, escrito con una caligrafía muy básica, el mensaje explicaba el dolor y la desesperación que están sintiendo los sirios. El texto de la dolorosa pancarta decía: “Abajo el régimen y abajo la oposición, abajo la nación árabe, y la islámica, abajo el mundo, abajo todo”.

La espontánea pancarta parecía colmada de desesperación, rebosante del dolor que sienten los sirios por haber sido abandonados a su suerte, en su lucha a pecho descubierto contra una monstruosa máquina de matar. Miles son ya los mártires, y nadie les hace justicia. No se les deja siquiera enterrar a sus seres queridos, pues las balas también persiguen a los funerales. El que va a uno, es como si fuera con el muerto al más allá, como si estuviera celebrando su propio funeral y no sólo el de su hermano, hijo, familiar o amigo. En Siria ya no hay respeto por nada, el derecho a vivir no está garantizado, ni siquiera el derecho a ir a la tumba. Y el régimen está resuelto a quedarse en el poder a cualquier precio, capaz de matar a todos los sirios, incendiar todas las ciudades de Siria y sentarse a cantar entre las ardientes ruinas como hiciera Nerón de Roma.
                  
Toda esta sangre se derrama, y el régimen de los vampiros sigue sin saciar su sed. Las cifras de mártires siguen aumentando y los heridos se multiplican, mientras que el régimen, sin preocuparse, sigue con su guerra demente y sus historias sobre bandas terorristas armadas. Como si realmente hubiera en Siria otro terrorista que el régimen de Bashar al-Asad, que repite las matanzas del padre. Las matanzas que hizo Hafez al-Asad en Hama hace treinta años, las lleva a cabo ahora su hijo Bashar en decenas de ciudades sirias. Las matanzas que hizo Hafez al-Asad en la oscuridad las repite Bashar en la era del sonido y la imagen, que se transmite en antena, en directo. No tiene piedad ni con los niños ni las mujeres, ni el joven ni el anciano sobreviven a la fiesta de la sangre. Con él los titulares sobre gente asesinada se han convertido en el día a día de Siria. El régimen continúa con el asesinato y el atropello, y el pueblo continúa con su resistencia y su insistencia heroicas, desafía a la desesperación, no teme a la muerte, odia la humillación. Está resuelto a conseguir la libertad por la que tan alto precio está pagando. Dirán algunos que el régimen es capaz de conseguir quedarse, aduciendo para ello que Damasco y Alepo están en silencio (o así parecen estarlo), que en ellas se concentra más o menos la mitad de la población de Siria, y que hasta ha habido manifestaciones apoyando al régimen de Bashar. Que el régimen parece cohesionado y firme, sin fisuras ni señas de desaparecer. A primera vista puede parecer convincente, aunque implica en buena medida debilidad moral y desprecio hacia la indignación de los sirios del resto de ciudades, solo por el hecho de no ser damascenos ni alepinos. La aparente cohesión y firmeza del régimen de Bashar se debe a un claro motivo: su naturaleza puramente securitaria y militar. Y es que una fuerza de partido, populista, se basa necesariamente en la seguridad y está desprovista de reivindicaciones ideológicas. Una fuerza sectaria y familiar que controla completamente los aparatos de seguridad, la inteligencia y el ejército y que saca músculo en las dos grandes ciudades de Damasco y Alepo, lo que explica la forzosa y temporal tranquilidad que en ellas reina. Pero según nos alejamos del centro de estas dos ciudades, la revolución espontáneamente se manifiesta y se hace visible. Las manifestaciones prorrégimen de Damasco o Alepo carecen de valor real comparadas con las que salen en los pueblos y provincias de alrededor. Las primeras son completamente artificiales, al estilo de las dictaduras árabes salientes. Los que hoy en ellas sostienen pancartas de apoyo a Bashar, saldrán mañana contra él, y descubrirán la gran mentira de su defensa de las minorías, pues el régimen familiar está perdiendo constantemente apoyos dentro de la noble secta alauí a la que pertenece.

El silencio de Damasco y Alepo es, entonces, un mero obstáculo temporal, y la aparente cohesión del régimen no es sino pura solidaridad familiar. Y es que el régimen ha empezado a agotarse. Su uso de las fuerzas armadas ha acabado con su prestigio y ocasionado deserciones, que van en aumento. Los que han desertado ya y los que quieren hacerlo, que quizás estén posponiendo su decisión para tomarla en el momento adecuado. Quieren mantener al ejército unido y salvarlo de la sombra del conflicto sectario que el régimen alimenta, y esperan a que el régimen caiga de agotamiento. El pueblo está dispuesto a sacrificar más y más mártires, mientras que el régimen va perdiendo fuerzas, sumido en escándalos, las manos sucias de sangre, irascible y fiero como un lobo herido. La máquina de matar ha perdido el control y va por un camino en el que no hay marcha atrás. Cada vez que asesina a los que rebelan contra él, cada vez que las manifestaciones parecen debilitarse, cada vez que el régimen aparenta estar venciendo, en realidad su derrota está más y más cerca. Pues la revolución ni es obra de agitadores u opositores ni se debilita o se termina con asesinatos ni detenciones. La revolución mana de una indignación política, social y humana enterrada, mana de inagotables pozos de rabia. Cada vez que termina una manifestación, empieza otra más grande. Cada vez que se endurece la represión, los manifestantes adquieren más experiencia. La revolución, esta vez, es una guerra de guerrillas popular y espontánea, renovable y dinámica, mientras que el régimen es una vara mecánica que se está partiendo y que no puede reparar sus desgastadas fuerzas. Si baja su puño represor, al momento habrá tremendas manifestaciones en Damasco y Alepo y no tardará en caer, y si continúa con la represión, opción que parece la única para el régimen, seguirá cavando su propia tumba. Aunque se retrase la fecha del entierro y se pospongan las exequias, el régimen caerá de sobreagotamiento y le llegará su fatal y necesario destino.
Sí, el régimen sirio caerá agotado y dolorido, y vencerá la revolución de Siria, nación del orgullo árabe. Con el final del régimen caerán también las mentiras, falsos rumores y temores sobre el destino de la unidad de Siria, pues el régimen actual es un factor de división y no un elemento unificador. Intenta provocar una guerra sectaria para asegurar los intereses de la familia, perjudicando a la noble secta alauí, que rechazó las tentaciones del antiguo colonialismo y prefirió la unidad de Siria a obtener un pequeño Estado para ella. Caerán los temores sobre un conflicto civil con los suníes, gran mayoría demográfica en el país, columna vertebral que garantiza la unidad de Siria y la convivencia entre chiíes, alauíes, cristianos, drusos, y kurdos. Vencerá la revolución de Siria para construir el Estado democrático árabe moderno que los sirios merecen, y por el que tanta sangre han pagado".

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